Cuando hablamos de obras maestras del arte, la cultura, la ciencia, la filosofía e incluso del entretenimiento, solemos referir a los individuos que materializan estas expresiones concretas de una serie de factores, contextos, bagajes, etcétera; obviando, con ello, el hecho de que estos son, antes que todo, productos de escenarios propicios y de vivas comunidades que establecen los términos de un diálogo sin el que esos brillantes referentes serían simplemente imposibles. Tal es el caso de Ciudadano Kane atribuido plenamente y casi sin objeciones al genio de Orson Welles; premisa que ahora cuestiona con astucia, buen tino y pertinencia Mank de David Fincher.