Aunque quizá no sea tan afamado como otros grandes directores de nuestra época, James Gray se ha encargado de desarrollar un trabajo sólido, auténtico y técnicamente bien cuidado desmostrándonos que lo mismo puede contarnos una historia urbana que un thriller fuurista en el espacio. Por tanto, que promocionara esta película como «una manera de mostrar el espacio como nunca se había hecho en Hollywood» resultaba intrigante.
La promesa se cumple, aunque no necesariamente de la manera que uno la esperaría, sino por, literalmente, llevarnos a la Luna, a Marte y aún más lejos en nuestro sistema solar. Todo con la consigna de cumplir una misión enraizada en la más genuina curiosidad humana: ¿hay vida en otros planetas?. Sin embargo, no todo se centra en esta inquietante cuestión sino más bien en la historia de Roy McBride, el hijo de un desaparecido y reputado astronauta encargado de desentrañar esta pregunta en nombre del género humano, y su travesía para descubrir lo que sucedió con su padre y, en el camino, examinar las bases de su relación con él.
La película tiene un tono narrativo muy existencial, profundo, melancólico y pausado que puede volverla muy tediosa para algunas personas e, incluso, cansada y pesada. Con todo, la trama para nada es obvia y el drama interno de nuestro protagonista no es para nada excéntrico, por el contrario, resulta altamente simpático (en su acepción de que puede ser con-sentido) y no defrauda con la bella reflexión que nos ofrece.
Quizá lo que resulta empobrecedor de algunos buenos elementos de esta película es que en recurrentes ocasiones se nos explica lo que estamos viendo, se nos reitera pero sin mostrar nada concreto que empuje la trama hacia adelante, lo cual suele ser un defecto en términos cinematográficos aunque es comprensible dado el ritmo, el tono y la intimidad con la que se nos cuenta historia pero que fácilmente puede perder a cierto sector de la audiencia.
La acción es limitada, así que si esperas ver acrobacias y persecuciones, tendrás pocos momentos que cumplan tus expectativas. Empero, los efectos especiales y el diseño de producción de esta película es altamente destacable, bello, estético, ingenioso, intuitivo, natural y, sobre todo, en extremo realista; mostrándonos en toda su dimensión (incluida la dimensión del vicio humano) superficies como la de Marte o la Luna y fragmentos del espacio exterior que todos hemos querido atestiguar por nosotros mismos alguna vez.
Del mismo modo, el uso del sonido para ambientar la trama y los movimientos con los que nos va llevando esta película están precisamente seleccionados y muy bien logrados, de manera tal que se tornan perceptibles sólo bajo la intención de atenderles a pesar de marcar claramente el paso de la narrativa.
En suma, podemos describir Ad Astra como un loable y destacable despliegue técnico de James Gray que nos reitera su versatilidad como cineasta, pero que carece de algún dinamismo que refuerce el enlace narrativo que nos propone, tornando a este film demasiado árido por la solemnidad de su introspección. Aunque, eso es innegable, transmitiendo una pertinentísima reflexión sobre nuestro hábito milenario por voltear al cielo y preguntarnos por lo que está más allá.