Publicado en Diario Imagen el 12 de febrero de 2020.
En nuestra época, la producción de películas basadas en afamadas franquicias originales de las historietas ha llegado a un exceso según algunos especialistas y renombrados protagonistas de la Historia del Cine pues, según afirman, se han convertido en el establishment (el orden establecido imperante y restrictivo) del negocio cinematográfico contemporáneo.
Esta aseveración tiene sus asegunes, pues se ha demostrado en reiteradas ocasiones que el cine de superhéroes, novelas gráficas y cómics puede encontrar adaptaciones dignas de los mayores galardones (con , por ejemplo, el reciente éxito de Joker o de películas en el pasado como The Dark Knight), proponer importantes avances técnicos y narrativos (como el magno esfuerzo que ha sido el Universo Cinematográfico de Marvel y sus grandes joyas Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame o el contundente avance en animación propuesto por Spiderman: Into The Spiderverse) o simplemente convertirse en una excelente traducción de los términos de las viñetas de historieta a los términos del cine (como sucedió con cintas como Watchmen, Logan o Deadpool).
Sin embargo, es verdad que un importante número de estas películas se convierten en meros productos de arrastre mercadológico o de posicionamiento de marcas y franquicias que, no obstante, no dejan de tener un objetivo propio y válido: el del entretenimiento puro. El entretenimiento provisto por buenas secuencias de acción, por buenos chistes, por efectos especiales y por la capacidad de distraernos de nuestras labores cotidianas por unas cuantas horas.
A mi parecer, Birds of Prey (and the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn) ( o, por su título en español, Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn)) se acerca más al segundo grupo de películas que al primero, sin que por ello carezca de cualidades notables. Así, por ejemplo, encontramos en ella buenos efectos visuales, humor efectivo, secuencias de acción divertidas y, en especial, respeto al gusto de los amantes de los cómics y de Harleen Quinzel, en específico.
Se agradece que en esta ocasión se trate con un poco más de profundidad el pasado como doctora en psiquiatría de la ahora exnovia del Guasón de Jared Leto, convirtiendo a Harley en la ocasión para algunos graciosos y certeros comentarios sobre la psicología de los personajes que la rodean; así como el consecuente gesto de contar la historia en función de la disparatada y desordenada reconstrucción narrativa de nuestra protagonista (emulando en ello la intención del humor de Deadpool o de los diversos Spidermen del Spiderverse de Miles Morales). Pero especialmente se agradece que la película refleje con toda franqueza una de las notas esenciales de este personaje y de la actual “sobreproducción de películas de superhéroes”: el capricho.
La palabra “capricho” es una adopción del italiano “capriccio” que cuenta con una etimología poco clara que, en términos generales, suele retraerse a su versión antigua “caporiccio”. Término que se compondría de las palabras “capo” (cabeza) y “riccio” (en posible referencia a las púas de los erizos que fungen como el “pelo” de dichos animales, o bien, en referencia al pelo ondulado). Construyendo, en ambos casos, la idea de un pensamiento (capo: cabeza) libre y resistente; ya sea por sus vaivenes y juegos vivos y animados (como los de las ondas), ya sea por su naturaleza agreste, hostil, penetrante y rígida (como las de las púas de los erizos), ya sea por una mezcla de ambas nociones.
En este sentido, retomando mi punto, la nueva aventura de Harley Quinn, Huntress, Renee Montoya, Black Canary y Cassandra Cain no es otra cosa que un capricho. Un capricho en el sentido literal de que uno de los motores de esta película es la voluntad agreste de una renovada Harley Quinn que necesita reinventarse, así como un capricho en el sentido epocal de que esta película se inscribe dentro de una tendencia contemporánea que la convierte en un penetrante incentivo mercadotécnico para las franquicias de DC.
Pero, sobre todo, se convierte en un capricho de un modo positivo. El capricho de la resiliencia creativa de abonar al limitado (aunque creciente) elenco de superheroínas y antiheroínas que conforman los varios universos fílmicos de héroes de historietas. Mostrándose, desde este punto vista, como un capricho benéfico en doble sentido: el de la exploración viva, animada y libre de la identidad femenina del heroísmo (y el antiheroísmo) y el de la resistente rigidez de una virtuosa voluntad que se antepone a la hostil preeminencia de la erección de ídolos masculinos.