El héroe sin miedo

Como uno de los principios clave de lo que se convertiría en una de las más —si no es que la más— poderosas empresas de entretenimiento a nivel global, The Walt Disney Company construyó las bases de su imperio de sueños, fantasías y cuentos infantiles sobre los restos de la literatura para niños, fantástica y folklórica europea de los siglos XVIII, XIX y principios del XX —principalmente.

En un número importante de casos, la compañía tomó las líneas generales de personajes que no estaban protegidos por ningún tipo de derecho de autor —pues pertenecían al dominio público por ser cuentos tradicionales, regionales— y los re-propuso como los personajes estelares de lo que hoy es Historia del Cine y de la Animación: Blancanieves, Pinocho, Cenicienta, Alicia en el país de las maravillas, Robin Hood, Peter Pan, Bambi, Dumbo, etc.

Con este mismo principio y recurriendo a versiones folklóricas de estos y otros personajes, en 2001, irrumpiría en el mundo del cine, el estudio estadounidense DreamWorks Animation con una obra magistral de la animación, del entretenimiento infantil y familiar y de la comedia: Shrek.

Un concepto también basado en literatura infantil previa que se encargó de parodiar esta tradición escrita además de parodiar los cánones establecidos para la animación por The Walt Disney Company desde los años 30s.

La película responsable de que se generara una categoría para Mejor Animación en los Premios Oscar de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias de la Cinematografía —galardón que ganó en 2001— y competidora —el mismo año— a la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes.

La segunda franquicia de animación más taquillera de la historia, la responsable de “torcer la nariz de Disney” y la líder de una creciente diversidad de estudios de animación capaces de competirle al gran referente de la animación para niños.

Una película que, entre parodias, animación y comedia pura, logró virar la retórica y el discurso de la animación en adelante. Una película que habla a las audiencias infantiles y adultas con el mismo respeto y que defiende una noción de belleza que no necesita de magia para existir sino que se construye desde el interior de su protagonista: un ogro feo, gordo y amargado que se convierte en el más auténtico héroe, el más sincero enamorado y el mejor amigo en una aventura guiada por parias sociales —un burro abandonado, una princesa exiliada, enclaustrada y maldecida y las versiones más irónicas de los icónicos personajes del antiguo folkor europeo.

Parias sociales como un mañoso, ingenioso, hábil y manipulador asesino a sueldo que, sin embargo, es capaz de renunciar a su vida de mercenario para convertirse en amigo, ayudante y “ladrón de escena”: El Gato con Botas.

Basado libremente en el personaje homónimo de la literatura europea, El Gato con Botas de la franquicia estrella de DreamWorks —quien hace su primer aparición en Shrek 2— incorpora, al concepto tradicional de un gato que se encarga de ayudar a su dueño a sortear toda clase de obstáculos mágicos, batallas y aventuras —el concepto de las obras europeas que figuran a este personaje en el siglo XVIII y XIX—, características propias de un héroe de acción tradicional de las historietas de los años 20s, El Zorro.

Desde ahí, en la mezcla de esta reformulación de un personaje folklórico de la literatura, se construye un personaje de dos polos: un tierno, sentimental y manipulador gato ronrroneador y un valiente, aventurero y ególatra héroe de las masas.

El éxito del personaje lo convertiría en una pieza clave para las aspiraciones futuras de DreamWorks que, sin embargo, viviría una serie de cambios internos, reestructuraciones y expansiones que encontrarían nuevos bríos en la adquisición de la compañía por Universal Pictures en 2016.

Con consistentes nominaciones y galardones por franquicias como Kung Fu Panda o Cómo entrenar a tu dragón, el estudio se mantuvo como uno de los grandes competidores en el mundo de la animación infantil; empero, es hasta 2022 que su trabajo insignia se presenta como un claro golpe en la mesa que anuncia la promisoria actitud de DreamWorks para volver a la cima: Gato con Botas: el último deseo.

La secuela en el mundo de películas y series en solitario del personaje al que da voz Antonio Banderas se convierte en la sexta película en la franquicia Shrek, la segunda en el mundo del Gato con Botas y la primera película de alto perfil de DreamWorks en incorporar la animación 2D/3D al estilo de la innovadora Spider-Man: Into The Spider-Verse.

Como en la película de cómics de Sony Pictures galardonada en 2018, Gato con Botas: el último deseo construye sus fotogramas en tres etapas de animación: el storyboard —que es una especia de esbozo previo de cada escena—, la animación en 2D —que es la etapa de la animación en la que se incluyen texturas y recursos propios de cómics, pintura artística y otras técnicas de dibujo en dos dimensiones— y la incorporación del CGI que aporta profundidad y otro nivel de textura y realismo a cada imagen.

Así, la película nominada en la pasada entrega de los Premios Oscar logra expandir las cualidades de lo propuesto por Spider-Man: Into The Spider-Verse al exponer dicha técnica a un mundo de folklor, fantasía, acción, comedia, rusticidad y animalidad antropomórfica que lleva los favores de la plasticidad propia del dibujo en dos dimensiones al realismo de la animación por computadora.

De este modo, Gato con Botas logra narrarnos una aventura emotiva, ingeniosa, que echa mano de la nostalgia de la franquicia a la que pertenece —hay, por ahí, guiños al universo de Shrek— y que, con la misma versatilidad y dramatismo, puede generar escenas de acción con ecos de ánime o imágenes de profundidad pictórica-artística capaces de evocar a obras icónicas del Romanticismo Alemán.

En el camino hay referencias claras a La Máscara del Zorro —protagonizada por el propio Banderas en 1998— y a la mitología de acción de este personaje de los cómics —que muchos nombran como antecedente de otros personajes de las historietas como Batman— del mismo modo que hay guiños a la tensión y la potencia narrativa del spaghetti western estadounidense y su El Bueno, El Malo y el Feo —obra fílmica que se cita como influencia de la trama de esta película.

Hasta aquí, la sexta película del mundo de Shrek se destacaría ya como un excelente ejercicio de animación y entretenimiento capaz de superar a un buen número de películas del mismo género. Sin embargo, el valor de esta cinta no se queda aquí sino que se presenta aún en la trama de lo que, a primera vista, podría parecer una mera película infantil.

La cinta parte de la octava muerte de Gato quien, ahora, debe enfrentarse a su novena y última vida —“los gatos tienen nueve vidas” se dice en el argot anglosajón. En este contexto, al felino lleno de triquiñuelas se le presentará una inesperada reflexión sobre la muerte y sobre su carácter aventurero: un auténtico cuestionamiento sobre su vanidad construida sobre una imagen autocomplaciente y ensoberbecedora de héroe.

Allí, en una crisis existencial y una depresión vital, al astuto minino se le presentará la oportunidad de perseguir un artefacto mágico, la estrella del deseo, que prometerá acabar con su miedo y zozobra y le permitirá recuperar su estatus cuasi-inmortal con la facilidad de pedir un deseo.

En el camino, Gato se reencontrará con viejos amores, conocerá nuevos amigos y se convertirá en uno de los competidores de una carrera por un codiciado premio mágico. Además, de convertirse en la presa de un lobo acechador que, sin rodeos, se confesará como la muerte misma.

A través de este personaje se elevan los valores de Gato con Botas: el último deseo como un producto de calidad en su conjunto. No sólo atendemos a una película divertida, entretenida y graciosa o a una exhibición magistral de animación, versatilidad narrativa provista en imágenes e innovación técnica; atendemos, también, a una película con mensaje —que no moraleja— que trabaja por doble partida.

Una película que trata un tema serio y complejo como la muerte en términos primordialmente dirigidos a niños —pero no exclusivamente dirigido a niños— pero sin “rebajar” el discurso o “poner al nivel” de los más pequeños su fondo temático.

Un tratamiento de la muerte que no esconde la tragedia constitutiva que es la fragilidad de los seres vivos: sometidos a una fuerza que jamás podrán vencer pero a la que sí pueden plantarle cara con la mejor de las actitudes vitales. Y un tratamiento de la muerte que posibilita un mensaje sobre la valentía: la valentía no es aventurarse sabiendo que se saldrá victorioso sino aventurarse a pesar de saber que se puede perder.

De este modo Gato con Botas: el último deseo se convierte en un paquete completo de experiencia cinematográfica que ensambla correctamente cada uno de los elementos que hacen posible una película para, además, entregar a los más pequeños un atisbo de reflexión y un tema para pensar.

Algún día moriremos pero nada impide que sigamos luchando por nuestras vidas —y por lo que queremos de ellas— y, en ello, en atreverse a plantarle cara a la monstruosa y trágica realidad de la muerte estriba nuestra capacidad de ser valientes.

Valientes por, como Gato, luchar por nuestra única y última vida. Acompañados, con suerte, de un amor, de amigos, de recuerdos y de aventuras prometidas por horizontes inexplorados y horizontes muy, muy lejanos.

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