Solemos pensar que la característica relacional que más nos define es aquella que nos hace coincidir con otras personas: el amor, la amistad. Solemos pensar que son nuestros amigos, familiares y seres queridos quienes definen quiénes somos nosotros, quienes dan un testimonio evidente de nuestra identidad y nuestro carácter —“dime con quién andas y te diré quién eres”.

Pero ¿qué hay del polo opuesto de estas dinámicas?: la hostilidad, la rivalidad, la incomodidad, la enemistad. ¿Acaso no es también la gente que no nos agrada, con la que no convenimos y con la que chocamos recurrentemente un testimonio de quiénes somos?¿No es también el modo de describir e identificar a una persona el señalar a quienes considera adversarios o enemigos? —»hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos».

A propósito de Los espíritus de la isla o The Banshees of Inisherin escribía hace algunas semanas que la enemistad es también un modo de vinculación humana que puede ser tan significativo y duradero como la amistad y que, incluso, muchas veces se convierte en un modo de refigurar y suplantar la necesidad de conectarse con otra persona de manera positiva.

Es decir, que, a veces, en vez de soltar un lazo de amistad conservamos a las personas en nuestras vidas como enemigos o en vez de entablar una relación positiva con alguien entablamos una relación persistente con esa persona a través de la hostilidad o la rivalidad.

Este es el concepto que explora con claridad, sentido del humor y una ocasional profundidad existencialista la aclamada serie de Netflix, Beef o Bronca.

La colaboración entre el estudio A24 (Everything Everywhere All at Once, Hereditary, The Whale, Midsommar, The Witch) y la famosa cadena de streaming sigue a Danny Cho y Amy Lau, dos personas con historias de vida muy diferentes —pero que al mismo tiempo guardan algunas similitudes— que, por una coincidencia, terminan envueltos en un casi-accidente automovilístico que hace que ambos se obsesionen con cobrar algún tipo de represalia hacia su contraparte. El encuentro pronto provocará una cadena de acciones y eventos que irán escalando en intensidad y gravedad y que involucrarán a Danny y Amy cada vez más en la vida del otro.

Sobre esta premisa, la serie creada por el director coreano Lee Sung Jin desarrollará paso a paso la historia de vinculación entre dos extraños a través de la hostilidad, la venganza y la rivalidad. Una relación que involucrará a ambos en los mundos del otro y que retratará la desesperanza, depresión e insatisfacción subyacente que lanza a estas dos personas a obsesionarse con su pleito en común.

Porque del otro lado de la cara alarmante de la rivalidad se encuentra una sospecha palpable de que tanto Amy como Danny disfrutan su vínculo hostil: como quien sonríe a sabiendas de que hace una travesura.

En su camino narrativo, la serie planteará excelentemente la cuestión de su trama en un sólido primer capítulo; avanzará con cierta medianía durante su primera mitad y amarrará sus cabos sueltos con ingenio y profundidad hacia sus últimos dos episodios.

A lo largo del toma y daca que se construirá entre un contratista desafortunado en medio de una crisis personal y una emprendedora a punto de lograr el trato de sus sueños, se construirá paralelamente la caracterización de una frustración vivencial: en el caso de Danny marcada por un mundo de expectativas no cumplidas y en el caso de Amy marcada por un matrimonio en crisis y un éxito que no satisface a su realización personal.

Se señalará, tangencialmente, la estructura del mundo contemporáneo y sus dinámicas sociales. Un mundo que parece estar diseñado para drenar a las personas, para deprimirlas, para prometerles felicidad y entregar asomos de no-insatisfacción y que parece premiar a quien toma los caminos alevosos para alcanzar sus metas.

Hacia su final de temporada, Beef presentará sus verdaderas cartas filosóficas: apelando, por un lado, a la complejidad que implica un individuo, la historia personal que guarda y que lo conforma; y apelando, por otro lado, a la convicción budista de que, al final, todos somos una y la misma cosa —todos formamos parte de un mismo mundo.

En cuanto a lo primero, Bronca explica por qué los personajes que dirigen su argumento son quienes son; revela las marcas de la culpa, el miedo, la vergüenza y la humillación. Revela que cada quién es una historia y que esa historia ya carga con detonantes, esperanzas y conflictos irresueltos que, fácilmente, reaparecen, explotan y se proyectan en el primer conductor que casi-choca su auto con el propio vehículo.

En cuanto a lo segundo, el trabajo de Lee Sung Jin va dejando rastros de su visión budista con algunos guiños cómicos respecto a la ira como “un estado transitorio de conciencia”, es decir, como un estado de ánimo pasajero que debemos saber dejar pasar.

Cuando por fin dedica un episodio a explorar esta idea, Beef pone a Danny y Amy en un franco diálogo espiritual-emocional provisto por una experiencia alucinógena que confesará lo que la serie ha venido reiterando en sus diez episodios: todos estamos conectados y aún la rivalidad es una expresión de esa interconexión.

Solemos pensar que la característica relacional que más nos define es aquella que nos hace coincidir con otras personas: el amor, la amistad. Pero ¿qué hay del polo opuesto de estas dinámicas?: la hostilidad, la rivalidad, la incomodidad, la enemistad.

A decir de Beef y sus guiños filosóficos-espirituales, la enemistad puede ser un camino —riesgoso pero real— para encontrar el asombro por vivir. Un modo de experiencia y conciencia humana que puede infundir una vitalidad equiparable a la del amor. Un modo diferente de estrechar un lazo irrompible con los demás.

El riesgo —el gran riesgo— es que ese camino arribe al hoyo negro del odio. A esa entidad emocional insaciable y monstruosa que saca lo peor de los seres humanos. La línea de no retorno que destruye todo y que todo lo separa.

Por eso, la serie de Lee Sung Jin marca su límite en recordar que no es necesario cruzar la línea del odio. Que aún en la rivalidad más acérrima hay un resquicio de reconocimiento humano que nos invita a recordar que somos todos la misma humanidad sufriendo las mismas cosas y siendo igualmente desquiciados por un mundo cada vez más cruel e inhumano.

Recordar que, quizá, en otros contextos, las hostilidades y adversidades que tenemos serían los más íntimos afectos si no se cruzara en el medio la desesperanza asfixiante que cada quién carga.

Recordar que, desde un punto de vista metafísico, amistad o enemistad son dos expresiones de una misma cosa: nuestra necesidad de vincularnos con otros seres humanos.

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