Estrella de excelencia

Hace algunos meses llegó a Star Plus una de las series más aclamadas del año pasado, The Bear o El oso, que, debido a su gran éxito, tardaría sólo un año en producir y publicar su segunda temporada.

La serie creada por Christopher Storer y producida por Hiro Murai (Barry, Atlanta) se ha convertido, incluso, en un importante contendiente dentro de la conversación sobre los mejores shows de televisión en la actualidad.

Como expliqué a principios de este mismo año, el entusiasmo por la historia de Carmy y su equipo de chefs para dar vida a un restaurante de excelencia en la ciudad de Chicago se debe, fundamentalmente, a dos aspectos: un profundo y preciso guion capaz de darle textura de realidad a la compleja tarea de formar un equipo de trabajo y los ingeniosos, prodigiosos y excelentes valores de producción para narrar esta historia —filmación exacta e inteligente, actuaciones generosas y un soundtrack potente y cadente que van desde la alta tensión en la cocina hasta la honda introspección de los dramas personales de una vida.

En su segunda temporada, The Bear avanza hacia el relato de la compleja tarea de echar a andar un restaurante de primera calidad sobre los restos de un antiguo deli de sándwiches. Pasa por las complejidades de conseguir permisos, restaurar espacios, planear menús, comprar cubiertos y mobiliario y definir roles de trabajo, por un lado, y, por el otro, por los dramas que se generan alrededor de las interacciones entre colaboradores y por los dramas personales que se suscitan cuando alguien se atreve a desear conjugar el tener una vida personal con el proponerse un reto profesional hiperexigente.

En notas generales, la segunda entrega de El oso no cambia las formas de su antecesora ni extiende intensivamente lo que se pone en juego para Carmy y compañía con su nuevo propósito; más bien, se dedica a expandir el entorno de este equipo de trabajo y, con ello, revelar el modo en que un esfuerzo colectivo de esta envergadura es la suma de esfuerzos y búsquedas personales igualmente complejas.

Si en la temporada pasada veíamos a Carmy lidiar con la pérdida de su hermano, en ésta lo vemos lidiar con la irrupción de una vida amorosa, con los fantasmas de su pasado como “el mejor chef del país” y con el denso trauma de una vida familiar caótica.

Si en la temporada pasada veíamos a Sydney buscar su realización personal a través de un trabajo de chef, en ésta la vemos convertirse en creadora; nos asomamos al complejo proceso de creación artística que implica inventar un platillo: el modo en que una vida, una ciudad y una sensibilidad personal se convierten en la fuente de una expresión gastronómica.

Si en la temporada pasada veíamos a Richard en una lucha de poder por continuar con las maneras de trabajar de su fallecido mejor amigo, en ésta lo vemos evolucionar para convertirse en un miembro productivo de un equipo y embarcarse en el proceso de aprender a trabajar de manera colectiva.

Si en la temporada pasada veíamos a Marcus encontrando un espacio para experimentar su pasión por la repostería, en ésta lo vemos elevar esa misma pasión hacia el contundente resultado de la creación, del esfuerzo y de la comprensión de que el error es parte del proceso.

Si en la temporada pasada veíamos a Tina aferrándose a sus métodos y modos de hacer las cosas, en ésta la vemos abrirse al crecimiento de la profesionalización.

Si en la primera temporada de The Bear veíamos a un grupo de cocineros inexpertos y desordenados armonizarse a través del respeto significado en la palabra chef, en esta temporada vemos a un grupo de personas embarcándose en el laborioso proceso de evolucionar y crecer en conjunto para dar vida a un restaurante de excelencia que se haga acreedor a una estrella Michelin —reconocimiento que se otorga a los restaurantes que proponen una cocina excepcional.

El motivo de “obtener esa estrella” será recurrente en esta temporada del aclamado show en un doble sentido: primero, como el objetivo motivador de Camry, Sydney y compañía para concatenar esfuerzos y, segundo, como un referente metatextual de los propios creadores de El oso — pues, ellos mismos, son un grupo de realizadores de televisión conjugando esfuerzos para obtener la excelencia mientras nos narran la historia de un grupo de personas que conjugan sus vidas y trabajos con ese mismo propósito.

“Obtener esa estrella” como el símbolo del reconocimiento social y de nuestros pares que refleja en el mundo el valor objetivo de nuestro trabajo y nuestro proceso. Ese destello exterior que reafirma la existencia de ese fulgor que creemos portar o merecer. “Obtener esa estrella” como un compromiso de autoexigencia y como el establecimiento de una meta común.

Pero también, “obtener esa estrella” como el estridente efecto de algo mucho más humano: el error, el esfuerzo y la comprensión de que no está dado para todos ser el mejor del mundo en lo que hacemos.

“Obtener esa estrella” como el reconocimiento de que lo que hace especial a una obra artística o a un trabajo en equipo no es necesariamente la ejecución técnica perfecta sino el espíritu, la narrativa, el discurso y el corazón palpitante que se expresan a través de un platillo, de una escena de televisión o de un escrito.

Entender que “obtener esa estrella” es un objeto de validación que, alcanzado, puede volverse vacío —Carmy, por ejemplo, no ostenta las estrellas que él ya ha obtenido— y que no dota, por sí mismo, de significado ni a la vida, ni al trabajo de quien la obtiene.

Entender que “obtener esa estrella” no es lo mismo que hacer algo especial o valioso. Entender que el valor se construye con trabajo, con equivocaciones, con falta de excelencia. Entender que el verdadero valor de un trabajo artístico —gastronómico o no— es el modo en que nos permite conectar con otros seres humanos: ya sea a través de una comunicación con ellos por medio de lo entregado, ya sea a través de la suma de esfuerzos que entregan un resultado honesto —y, por honesto, trascendente.

Hoy por hoy, The Bear es catalogada como una de las mejores series de televisión de la actualidad —y ni siquiera es por el asombroso número de grandes estrellas que hacen alguna aparición dentro de sus capítulos: Jamie Lee Curtis, Bob Odenkirk, Olivia Colman, por poner algunos— sino por el modo en que, a través de la historia de un grupo de personas intentando construir una obra de valor en conjunto, este show se convierte en un inmejorable retrato del profundo drama, cómico absurdo y creador de significado que es el humanísimo acto de esforzarse por algo.

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