Hablando en serio de la comedia mexicana

En ocasiones previas he usado este espacio para entrecruzar los horizontes de la Filosofía y la comedia  —ya sea a propósito de Los Simpsons clásicos, la comedia de roast o la sátira de los creadores de South Park—; en aquellas oportunidades he reiterado que la comedia es un camino ampliamente inexplorado por las filosofías premodernas, que la comedia puede convertirse en un camino oblicuo a la empatía y la inclusión y que la comedia, entre muchas otras cualidades, tiene la particularidad de retar, empujar y explorar sus propios límites con una inquietante plasticidad.

Hoy vuelvo al tema movido por la nueva serie documental de Star Plus y National Geographic, Lo que no sabías del humor mexicano. Un ejercicio completo, entretenido e interesante que retrata a lo largo de seis capítulos algunas notas generales del humor y la comedia en nuestro país: desde qué hace reír a los mexicanos, hasta el futuro de la comedia; desde la comedia y su relación con la política o las redes sociales hasta los límites de la comedia y la cultura de la cancelación.

Conducido por Alex Fernández, con las participaciones de un grupo de expertos —sociólogos, historiadores y comunicólogos— y preguntando a protagonistas de diversas épocas de esta historia como Andrés Bustamante, Eugenio Derbez, Florinda Meza, Adal Ramones, Héctor Suárez, Luis de Alba, Trino Camacho, Paco Calderón, Franco Escamilla, Omar Chaparro, Consuelo Duval, Sofía Niño de Rivera, Ricardo O’Farrill, Daniel Sosa, Fernando Rivera Calderón, Roberto Flores, Chumel Torres, Arath de la Torre y hasta José Ramón Fernández; esta colección de testimonios, referencias y videos de archivo logra captar diversos ángulos de los vicios y virtudes de una cultura que expresa su sentir y su ser a través de su afición y su proclividad a la risa.

La afición profundamente mexicana de reírse de la tragedia —más aún de la tragedia ajena— o hasta la muerte, las pesadas herencias de una cultura machista y segmentada por clases sociales pero, más que todo, la identitaria pulsión nacional por abstraer y simbolizar. El gusto del mexicano por magnificar sus más profundos anhelos a través de formas simbólicas de sus tragedias y contradicciones más íntimas —ya sean el albur y los apodos ingeniosos o conceptos vinculantes como La Soberanía Nacional, La Virgen de Guadalupe, El Mundo Prehispánico, La Selección Nacional y otros símbolos similares.

El caso es que esta reflexión singular sobre la comedia, el humor y la mexicanidad toca puntos esenciales sobre una cuestión general que resulta mucho más compleja: ¿qué es el humor? ¿qué es la comedia? ¿qué es la risa? Pregunta que aún hoy se encuentra en entredicho y que está al fondo de las crecientes discusiones públicas sobre lo que es risible y lo que no —sobre lo que está permitido reírse y sobre lo que simplemente es inconcebible aceptar una broma.

Como anticipé líneas arriba, en la Historia de la Filosofía los tratamientos sobre la risa, el humor y la comedia no abundan. Por lo menos en la Antigüedad, el Medievo y buena parte de la Modernidad temprana estos temas siempre solían aparecer de manera secundaria; referidos o analizados sólo en relación a algún otro tema. Durante los siglos XIX y XX, la aparición del tópico empezó a acrecentarse, aunque es hasta hace poco que el interés académico y divulgativo por el tema se ha vuelto prolífico.

Durante su recorrido conceptual, los análisis sobre la risa, el humor y la comedia se han descrito en cuatro líneas teóricas: la teoría de la superioridad, la teoría del desahogo o el alivio, la teoría de la contradicción o la incongruencia y la teoría de las señales de juego.

La primera de estas, la teoría de la superioridad, está ligada a la historia premoderna de la Filosofía —con autores como Platón, ocasionalmente Aristóteles, buena parte de la tradición teológica abrahamica y aún autores modernos como Hobbes o Descartes— y la tendencia cultural de aquellas épocas por juzgar a la risa —excesiva— como una muestra de desdén, de falta de respeto o de poca seriedad.

Esta teoría construye una caracterización de la risa, el humor y la comedia originada en un estado aventajado frente al estado desfavorecido de un individuo, animal u objeto: en otras palabras, nos reímos de algo o alguien porque nos sentimos en un estado de superioridad frente a ello.

La segunda, la teoría del desahogo o alivio, ya tiene notas claramente modernas en su construcción que está profundamente inspirada en la mecánica hidráulica —uno de los grandes avances de la Modernidad y símbolo, en aquella época, de ciencia, progreso y conocimiento preciso. De acuerdo con esta caracterización, la risa es una especie de válvula de escape para una presión contenida. En palabras de sus defensores —Lord Shaftesbury, Sigmund Freud, John Dewey, entre ellos— “un alivio o desahogo” que tiene como objetivo “liberar la tensión de energías nerviosas contenidas y acumuladas en el cuerpo”.

De este modo, la risa es un mecanismo de liberación que ayuda a exhalar y exudar el estrés de una persona; se sigue que la comedia y el humor, como provocadores de risa, serían creadores de tensión que buscarían, eventualmente, desfogar una ardiente pulsión vital en la forma de una carcajada.

La tercera, la teoría de la contradicción o la incongruencia, afirma que la risa es el resultado de la percepción de algo que rompe con las reglas esperadas por nuestros patrones mentales. Es decir, una experiencia que desafía, momentáneamente, a lo que concebiríamos como un orden lógico o predictible de ideas o eventos —entre sus defensores se encuentran los filósofos Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer y Soren Kierkegaard, con pensadores como Cicerón y Aristóteles señalando el fenómeno desde la Antigüedad.

La forma práctica de esta teoría pasaría al stand up en la forma del llamado “jalón de tapete” que consiste en poner una premisa —proponer una idea— que después será rematada por una afirmación —punchline— que reinventa el significado de la primer frase; creando, así, una incongruencia o contradicción entre premisa y remate que detonará la risa.

Finalmente, la caracterización más joven de la risa, el humor y la comedia, está mediada por la evolución y la etología animal —aunque fue brevemente notada por pensadores como Kant en la Modernidad, Tomás de Aquino en el Medievo y Aristóteles en la Antigüedad—: se trata de la teoría de la risa como una señal de juego.

Según esta descripción del fenómeno, la risa y el humor son una evolución humana de los juegos que los animales pequeños hacen con sus progenitores. Mientras felinos amagan y garrean contra sus padres o los chimpancés persiguen y saltan con los suyos; los humanos exploramos los límites de lo que podemos decir y lo que no a través de usos juguetones del lenguaje que tienen a la risa como su marcador inconfundible. Una actividad que mantenemos más allá de las etapas de desarrollo temprano con el mero objetivo de divertirnos, de hacer más placentera una conversación o, simplemente, lubricar una interacción social. La clave de esta descripción es que, tal como un zarpazo de león bebé no tiene como objeto agredir a sus pares, un chiste —en principio— no buscaría, de suyo, agredir a otros individuos ni ser tomado como un uso serio y veraz del lenguaje.

Dicho lo anterior, entonces ¿qué son la risa, el humor y la comedia?: ¿una manera de demostrar lejanía emocional a través de una relativa superioridad momentánea? o ¿una búsqueda de alivio que encausa de mejor manera las tensiones propias del día a día?; ¿una ruptura de la lógica y la predictibilidad que trata de sorprendernos y cosquillear nuestra mente? o ¿un modo juguetón y divertido de acicalarnos?

La respuesta, quizás, es que la comedia es un poco de todas estas cosas. Un poco de superioridad que puede convertirse en la perpetración de modelos discriminatorios pero que también puede ser la forma más eficaz de una revancha social efectiva. Un estallido estridente de carcajadas que puede sublimar el dolor de una pérdida o simplemente el estrés de un mal día. Un jalón de tapete que lleva nuestra mente a lugares que nunca imaginamos y que, además, nos recompensa placenteramente por ello o el caballo de Troya que nos haga pensar esa idea profunda que, de otra manera, no habríamos advertido. Un modo constante, valiente —o insensato—, arriesgado y travieso de brincarse las líneas de lo permitido y lo no permitido con la única intención de probar lo que será socialmente admitido y lo que no; una apuesta que puede ofender a unos y que puede ser aplaudida por muchos otros.

“México es algo así como el gordito risueño del mundo”, dirá Alex Fernández, en la serie documental de Star Plus y National Geographic. Ese que enfrenta la vida con una risa, ese que trastoca todo con el poder del lenguaje, ese que ni la muerte se toma en serio. El mexicano es ese que todo lo abstrae y lo eleva a la metafísica de sus simbolismos intocables; el mismo que constantemente está probando con qué nuevo significado se reinventa a los ídolos erigidos por un concepto de identidad. Es el que se burla de sí mismo y las incongruencias que encarna. El que juega con sus propios límites y, en el camino, va definiendo lo que le es risible y lo que tiene que dejar de serlo.

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