El pasado 16 de diciembre Netflix estrenó un ambicioso nuevo contenido documental original dedicado a estructurar un relato general sobre el movimiento cultural que ha sido el rock en Latinoamérica y las singulares formas que éste ha adoptado. El resultado es una completa, pero no sin fallas, serie de seis episodios que se suma a un esbozo cada vez más claro sobre lo que ha sido el rock en el mundo de habla hispana: Rompan Todo.
Bastaron pocos días para que el material se convirtiera en objeto de múltiples objeciones y críticas que han señalado desde su imprecisión historiográfica, hasta su carácter perpetuador de una cierta mitología oficialista y cuestionable así como sus puntos focales y las agrupaciones y artistas desde los que se ha elegido contar esta historia (quienes, aún siendo los protagonistas de buena parte de esta historia y sus testimonios, no resultan infalibles al momento de contar su versión de los hechos). En suma, un arduo y complejo trabajo que termina por concretarse en, cuando menos, una genuina intención de presentar el espíritu específico de un movimiento de innegable impacto cultural en la región.
El trabajo creado por Nicolás Entel y dirigido por Picky Talarico no es el primer intento por construir una narrativa histórica sobre el modo en el que el rock’n’roll dejó de escucharse únicamente en un lejano inglés y comenzó a brotar desde el pecho con una estridencia hispanoparlante. Hay notables trabajos dedicados a regiones específicas y personajes unitarios clave para esta historia que han apuntado con anterioridad a ciertos rasgos que se ven asumidos en Rompan Todo y que ayudan a que éste trabajo no aparezca desprovisto de un contexto; entre ellos: Gimme The Power (Olallo Rubio; dedicado a Molotov), Seguir Siendo (Ernesto Contreras, José Manuel Craviotto; dedicado a Café Tacvba), El Rock No Tiene La Culpa (realizado entre 2009 y 2013 en un esfuerzo independiente de Mikel Hernandez), Bios: Vidas que marcaron la tuya (esfuerzo de National Geographic con episodios dedicados a Charly García, Alex Lora, Gustavo Cerati, Luis Alberto Spinetta y Café Tacvba).
Todos, pequeños trazos en un amplísimo lienzo en blanco que, si por algo se ha caracterizado en Latinoamérica, es por su versatilidad y su vehemencia por retar las fronteras entre lo “puramente” rockero y lo íntimamente regional, folklórico, subjetivo e innovador. Siempre preguntado por el siguiente paso posible, aún a riesgo de incorporar a un espíritu rockero encarnado aquello que algunos entienden por no-rock o, peor aún, anti-rock.
El caso es que ésta no es una historia sencilla de construir sin dejar fuera a muchos de sus actores, sin inclinar un poco la perspectiva hacia la propia nacionalidad, sin inclinar el relato hacia el propio gusto o el propio concepto de lo que es el rock y, mucho menos, sin errar, obviar o carecer. Con todo, Rompan Todo resulta bastante completo, informativo y abona a una investigación y un diálogo andante: ¿Qué es el rock latinoamericano? ¿Qué ha sido el rock latinoamericano? y ¿Qué está siendo el rock latinoamericano?
Como advertí antes, la respuesta difícilmente alcanza alguna univocidad. Alcanza, cuando más, un retrato desapegado de la propia historia que reconoce lo ajeno pero nunca se desvincula del modo en que uno nace, vive e incluso hereda la veta rockera (asimilando, incluso, el nebuloso favoritismo de una cierta ficcionalización de los hechos que conducen a su verosímil pero real e influyente espíritu-intención).
En mi caso, el rock en español me viene desde antes de nacer. Desde el amor de mi madre por aquél rock’n’roll traducido al español, pasando por la aventura de mi padre para formar parte de Avándaro (el Woodstock mexicano) en 1971, siguiendo por un fanzine comprado en un aeropuerto que le daría el eco definitivo a una voz interior que creía renunciable e inservible, hasta 12 años consecutivos de Vive Latino (formando parte de momentos que hoy aparecen en los documentales que cuentan la historia de este movimiento).
Sí, mi papel es quizá discreto. Es el papel del aficionado y, como tal, es uno que no puede prescindir del verdadero vehículo de expresión y reconocimiento que me ha dado esta música. Es el papel del que encuentra un amor irrenunciable en letras, emotividades, notas y experimentos que para muchos otros simplemente no son para tanto. Pero es un papel genuino, motivador e impulsor de búsquedas personales, de empresas propias y, al final, de una parte importante de identidad. Una identificación con algo más grande que yo. Socialmente real, socialmente impactante. Palpable y visible.
La conciencia de que lo mismo se mueve hoy mi cuerpo y mi cabeza con estas notas, con estas guitarras, con esta batería, que se mueven el cuerpo y la cabeza de millones alrededor de todo el continente y del mundo. La conciencia de que lo mismo se ensancha mi ánimo, retumba mi pecho y se vuelca mi corazón en un grito desaforado, que los ánimos, pechos y corazones de millones de personas allá afuera.
Porque en su caminar el rock latinoamericano nos ha regalado eso: una voz. El grito, el ritmo, el sonido, la irreverencia, el romanticismo, la poesía, el barrio, la calle, el dolor, la queja, el reproche, la confrontación, la feminidad, la alegría, el desahogo de la tristeza, la euforia, etcétera. La certera, personalizada e íntima exteriorización del pensar y el sentir de las juventudes de los 50s hasta nuestros años.
Y es ahí donde resulta necesaria la pregunta: ¿Dónde está hoy el rock? ¿Por qué cada vez su historia se vuelve más estructurada?¿Por qué parece estarse gestando un relato oficial sobre su trayectoria?¿ Por qué cabe cada vez más su recorrido en un relato racional uniforme?¿Es eso un síntoma de su decadencia? Rompan Todo, de la voz de los escritores de esta parte de la Historia Latinoamericana, apunta como futuro hacia la prometedora y siempre revitalizante cara femenina de la moneda (quizá como un correlato para la necesidad de exigencia social que acompaña al ser mujer en nuestra época). Apunta, también, al incierto vaivén de la creatividad.
Antes he escrito sobre los nuevos sonidos que parecen apoderarse de la cultura popular con todas las miras de ser un futuro cada vez más presente. Evidencia de que una nueva juventud se está gestando. Una juventud cuyas expresiones podrán parecernos cuestionables (para algunos incluso ridículas, deleznables, risibles y repudiables) pero una juventud a la que sería anti-rockero reprocharle alguna rebeldía o irreverencia.
Porque quienes heredamos (aún antes de nacer) y crecimos en el contexto de lo que hoy son 70 años de rock, alguna vez gritamos “¡Rompan todo!”, porque alguna vez preguntamos “No sé cómo se atreven a vestirse de esa forma y salir así”, porque alguna vez gritamos “Tenemos el poder”(aún en la ingenuidad relativa del acto y en su dudosa proyección política o no), porque alguna vez le cantamos al Amor después del Amor, porque festejamos a nuestros primeros Sudamerican Rockers, porque nos inspiramos imaginando con El Derecho de Vivir en Paz, porque vivimos una realidad irrisoria para nuestros antecesores y porque nos atrevimos a expresarnos sobre ella a nuestra manera.
Creo, hoy por hoy, que la manera más rockera de enfrentar el cambiante futuro que se nos avecina es asumir que el rock está en hibernación. En una etapa de descanso, de reposo, de una aparente inactividad que sólo está esperando el momento para salir a devorarse el mundo de nuevo. En relativo silencio ante un contexto cada vez más lleno de apatía y en el que la empatía complica sus caminos para sortearse una practicidad inmediata.
Respetar, fomentar y tratar de aprender de las nuevas juventudes que se gestan, por el simple hecho de que expresan una identidad. Preguntarnos por aquello frente a lo que se quieren rebelar, por aquello que revelan de sí mismos en sus bailes, en sus versos, en sus rimas. Recoger lo similar y trazar esos puentes. Tratar de entender el modo en que ellos están heredando lo que sea que haya dejado el rock como legado hasta ahora. Porque ese es el último episodio de esta historia: el episodio en el que el pasado vuelve como la voz de un sentir generalizado, el episodio en el que el rock pasa a tomar otro nombre, el episodio en el que el rock construye sus aplicaciones en la realidad.
Lo más rockero hoy por hoy es asumir que el rock está en hibernación. En una etapa de descanso, de reposo, de una aparente inactividad que sólo está esperando el momento para salir a devorarse el mundo de nuevo. Porque el día que toda esta nueva juventud quiera volcar sus inquietudes en una voz que grite contra las injusticias sociales, contra las amenazas a sus libertades, contra las coerciones enmudecedoras y contra las represiones sofocantes, ese día el rock estará listo para volver al ruedo.
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Me emociono la parte de Cromañón
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