En enero de 2018, La Forma del Agua del cineasta mexicano Guillermo del Toro llenaba las salas de cine tras prometedoras exhibiciones en el Festival Internacional de Cine de Toronto, el Festival Internacional de Cine de Londres BFI y el Festival Internacional de Cine de Venecia donde se alzó con el León de Oro. Pocos meses después la cinta reflejaría su calidad con dos Globos de Oro (siete nominaciones) y cuatro Premios Óscar de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias de la Cinematografía (trece nominaciones).
Por aquellos días yo vivía una renovada angustia y depresión enraizadas en la incertidumbre que me generaba mi reciente decisión de dejar de lado pretensiones académicas de posgrado a las que a duras penas lograba arrebatarles un poco de felicidad. Me sentía agotado, drenado. Adormecido.
Vivía con una nula esperanza de encontrar una salida para una pulsante creatividad y una avidez de expresión. La inútil pasión por el conocimiento y una insaciable curiosidad parecían, en ese entonces, destinadas al despropósito. A una simple ínfula intelectualoide y sentimentalista que no cabía en un mundo práctico, productivo, negador de cualquier ocio.
Durante mi licenciatura en Filosofía e incluso durante mi subsiguiente paso por una licenciatura en Letras Clásicas, atacaba estos sentimientos recurrentes de incertidumbre y angustia con una vuelta a mis principios. Releía con una inagotable pasión el Banquete de Platón pues sabía que ahí me había enamorado de la filosofía como estilo de vida, como práctica, como ideal. Ahí había construido el asidero de un amor fértil e inextinguible por el amor a la sabiduría. Por la promesa socrática de que amando se llega a algún lugar.
Para las épocas en las que The Shape Of Water llegaba a los cines ya ni Platón lucía esperanzador. Ya ni mi griego, ni mi latín, ni mis categorías emocionales e intelectuales lograban resignificar lo que hacía con mi vida. Todo se sentía oscuro, insípido, repetitivo. Absurdo, irrelevante.
Y, entonces, fui al cine. Fui a descubrir una historia profundamente clásica que, al tiempo, buscaba refigurar a las princesas pulcras de la ensoñación y a los dioses ajenos de la tradición. Descubrí la historia de amor entre un dios anfibio y una mujer muda. Una historia de múltiples amores: el divino, el prohibido, el del científico por su ciencia, el del artista por su arte.
Me conmoví con la sensatez y sabiduría deltoresca que me recordaba que el amor, en su más pura ocurrencia, toma la forma de quien lo profesa. Que el amor es una eterna llamada a la otredad. A lo distinto. A lo indomable. A lo radicalmente humano. A aquello que, como el agua, nos cubre y nos aprehende mucho antes de que nosotros lo comprendamos y lo dominemos.El amor, cuando es real, parece vivirnos antes de que nosotros lo vivamos a él.
Sobre todo, del Toro me recordó algo que ningún escritor debería olvidar jamás: todavía se puede hablar de corazón a corazón. Las letras, las imágenes y las artes son todavía un canal de comunicación efectivo para encontrarnos sin siquiera estar frente a frente. El arte y las humanidades siguen siendo un espacio para presentarnos. Hacernos visibles. Y más bello aún, para comprobar que siempre habrá alguien que salga a nuestro encuentro. Siempre habrá alguien que reconozca en nuestros sollozos o en nuestros suspiros los propios penares, los propios amores.
Ha pasado ya un año y medio desde que inicié con Filosofía Millennial. Se han publicado (e impreso en periódico) ya 79 columnas. Más de 1700 notas en nuestro sitio web. Han pasado ya más de dos años y todavía agradezco a la obra de Guillermo del Toro por despertarme. Por presentarse con el corazón abierto a escribir, a filmar y a compartir. Por inspirarme. Por abrirme los ojos ante la grandeza del cine como un foro compartido desde el que hoy puedo ensayar ideas, reflexiones, curiosidades e impulsos filosóficos.
Vi por cuarta vez La Forma del Agua en estos días. Días de nueva incertidumbre y difícil motivación. Lloré de nuevo ante el franco impacto de lo sublime que me hace ceder con humildad ante algo que me excede. El amor, ya no entre personas o personajes, sino de un individuo hacia una vida, una disciplina y un arte. Hacia lo que raya en los límites de la humanidad.
Con curiosidad me percaté que mis dos asideros motivacionales lidian con la idea del amor. Platón lo hacía desde lo racional y lo lógico-argumental, recordándonos que el amor es una eterna búsqueda, interminable, irrenunciable y ante la que uno debería ser capaz de entregarse sin otra cosa que pura convicción pura. Del Toro lo hace desde las imágenes, con el cine como motor y como medio, desde la experiencia fenomenológica de la fantasía y la liberación del amor del dogmático “romanticismo hollywoodense” que exige a sus protagonistas renunciar a sí mismos.
Aquello que expresa de manera impecable el poema final que cita The Shape Of Water (que hoy sabemos es la paráfrasis de una traducción del poeta persa Hakim Sanai, sufí (místico del islam) de los siglos XI y XII): el amor, cuando alcanza su mayor excelencia, transgrede su condición meramente emotiva y se convierte en una mística. El amor resignifica y revive cualquier esperanza. Despierta y disuelve cualquier anestesia.
Entendí entonces el eco que hace esta película en mí: ese es el amor que yo siento. El amor que yo experimento cuando veo a la filosofía ya no sólo como un colegio académico. El amor con el que la convierto en mi forma de vida. El amor con el que cuando pienso en el amor a la sabiduría lo único que me viene a la mente es un: “Unable to perceive the shape of You, I find You all around me. Your presence fills my eyes with Your love, It humbles my heart. For You are everywhere”.
Esta entrada tiene 6 comentarios
Hermosas letras. De esos momentos en que lees algo tan perfecto como lo hubieras querido describir pero que Jamas hubieras tenido cada palabra precisa como quien escribió esta nota. Gracias por tus letras!!
Lia, muchísimas gracias por tu comentario. Nos halaga de sobremanera que valores nuestro texto con tanto aprecio como el que expresas.
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En verdad valoramos mucho tu comentario, nos ayuda a seguir motivados para continuar con este proyecto. Es siempre un gusto encontrar lectores francos para lo que hacemos. Seguiremos trabajando. ?
No ma que buena reflexión, felicidades!!. Escribes súper bien! Claro conciso y con mucha sensibilidad!
Gabriel, muchas gracias por tu comentario. Es siempre un gusto leer buenas impresiones sobre nuestro trabajo.
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Hola, mi nombre es Leo y estoy concluyendo mis estudios de filosofía en la licenciatura. Desde que vi la liga que me trajo a tu blog me emocionó ver reunidas en un texto las dos cosas que más amo en el mundo: el arte y la filosofía, dos elementos que no estoy muy seguro de que estén separados y que, sin embargo, las estudiamos aparte y en la experiencia encontramos diluidas en una misma obra, pocas veces. Te comparto que esta lectura me hizo vibrar, es posible sentir tus emociones, desde el miedo hasta la esperanza, la angustia y la valentía. Creo que todos nos encontramos en esa eterna búsqueda de nosotros mismos, de nuestra forma y en este camino nos vamos topando con señales, signos y símbolos, por eso siempre hay que estar alerta. Enhorabuena por tus avances y que el ánimo no desista.
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