El particular estilo que Andy Muschietti le imprimió al reboot de It logró que, a pesar del escepticismo de la audiencia, su primera película lograra sorprender y llevar al personaje a otra tesitura, superando en varios elementos a su antecesor, la famosa miniserie protagonizada por Tim Curry, y respetando profundamente los mensajes que el escritor Stephen King quiso transmitir en la novela original.
En esta ocasión estamos de vuelta en Derry, como testigos del regreso de The Loser’s Club, y con un reto que, al igual que sus protagonistas, ha crecido, evolucionado y alcanzado nuevas dimensiones. La película tiene una estructura que puede sentirse prolongada pero, eso sí, nunca de más; las visitas que hacemos a diferentes momentos y lugares del pequeño pueblecillo desde los ojos de este grupo de amigos, tanto en el pasado como ahora en su edad adulta, están justificados y tienen la hondura debida.
Pero es ahí donde la película puede resultar difícil, porque para que se pueda apreciar en su total dimensión lo que está sucediendo con los personajes es muy importante tener claro lo que sucedió en la película pasada. Aún más, nos parece, es importante tener, cuando menos de manera elemental, alguna idea de los conceptos clave de la novela original. Muchos de ellos, demasiado crudos para hacerse reales en el cine, tienen aquí una aparición metafórica que es, de hecho, genial.
El modo en que Andy Muschietti logra hablar de esos momentos sin ponerlos en pantalla, por medio de alegorías y un lenguaje visual propio, es sensacional. Asímismo el aumento del presupuesto en la realización de esta producción rinde sus frutos de manera destacada, en especial en el diseño de las diversas formas que adopta la criatura que solemos identificar en Pennywise, cada uno de esos monstruos vale la pena por sí mismo y recoge un grupo de elementos dignos de análisis.
Irónicamente la película es más cómica de lo esperado y en ello abreva mucho del talento del experimentado exSNL Bill Hader. Por lo demás los sustos están garantizados pero, eso sí, es la premisa misma la que debe constituir una tensión general y es ahí donde es importante recordar que esta película tiene un fondo mayor que el simple susto/adrenalina al que nos hemos acostumbrado con otro tipo de films de terror. Sin convertirse en un terror incomprensible, la película es más bien de terror psicológico que de puro susto, aunque hay buena medida de ambas.
Eso sí, Muschietti no tiene miedo en esta ocasión a dar el paso a un universo más esotérico, espiritual y mitológico, siendo en ello fiel a Stephen King. Además, las riquísimas referencias a su país de origen (Argentina), a los clásicos del cine de terror de los 80s/90s, las sorpresas que rodean la obra y la figura misma de King y hasta lo que nos parecen son algunas referencias al trabajo de Del Toro (uno de los colegas y mentores de Muschietti) elevan a la película no sólo en su trama sino también en su lenguaje fílmico.
La cinta muestra toda la belleza de sus principios conceptuales y de su elaboración en un clímax inigualable, excelente y que hace que valga la pena cada paso dado durante las casi tres horas de duración que tiene este metraje. Para los ojos que hayan seguido bien los principios que están en juego en esta narrativa la secuencia final resultará conmovedora y muy potente.
En conclusión, una película garantizada para los sustos pero que tiene más que eso, garantizada, imprevisiblemente, para las risas y, en consecuencia, una excelente pieza de entretenimiento en la que, si se tiene el cuidado adecuado, se puede encontrar algo más que gritos, risas y adrenalina.