Publicado en Diario Imagen el 20 de noviembre de 2019.

Tres hermanos. Dos cintas negras. Una cinta morada (que es la segunda en el orden que seguía la formulación de karate que nosotros practicábamos). Adivinen cuál soy yo.

Desde que éramos muy pequeños mi madre insistió en que debíamos aprender a defendernos para no quedar expuestos a los abusos y malos tratos de otras personas y saber responder ante una situación de riesgo. Fue así como llegamos al “Club Okinawa Karate-Do”, nombre del pequeño instituto donde aprendimos. Allí, más que técnicas de ataque o formas de imponernos a los demás, aprendimos los principios formales y filosóficos de este arte marcial: “el karate no es ataque, el karate es defensa”.

De ahí que El Arte de Defenderse, la película de suspenso y humor negro de Riley Stearns protagonizada por Jesse Eisenberg (Facebook, Zombieland), me parezca tan contraintuitiva en su forma de representar esta disciplina. Claro, esto obedece a que el trabajo de ficción busca generar un efecto cómico y de intriga desde lo narrativo y al punto central de su mensaje que construye con la ayuda de una visión retorcida del karate.

Dicho de otro modo, en términos del análisis de géneros narrativos de Aristóteles, la cinta de Stearns cumple con la regla de la comedia de mostrar a sus objetos como si fueran peores de lo que en realidad son. Y es allí, en ese modo inadecuado, impreciso y oscuro de asimilar al karate, que este film logra insertar un ingenioso e inteligente paralelo entre el arte marcial y las sectas y el rigor de las reglas y las jerarquías de esta disciplina y la masculinidad dominante.

La historia sigue a Casey Davies, un joven introvertido, solitario, inseguro, emocional y poco social al que le cuesta encajar en un entorno laboral en el que todo parece dictarse a través de una visión dominante de la masculinidad y los atributos que se le suelen asociar: el poder sexual, la fuerza, la superioridad frente a las mujeres, etcétera. Situación que lo convierte en un individuo indeciso e incapaz de cualquier tipo de confrontación, incluso, incapaz de alzar la voz por sí mismo.

En tal contexto, Casey es atacado brutalmente por un grupo de personas que lo dejan en un estado crítico. Suceso que, por un lado, incrementa su inseguridad y la duda sobre sí mismo y, por el otro, alimenta una percepción según la cual la masculinidad, entendida como una actitud agresiva, iracunda y “que toma lo que quiere” frente a la realidad, es el camino al autoestima.

Es así, pues, que decide inscribirse a un dojo de karate que, como he reiterado, no es el más ortodoxo ni el más sano ni el más ético pero, eso sí, es uno donde se enaltecen las cualidades masculinas por sobre todas las demás. Compensando con ello la profunda inseguridad de Casey.

En esa premisa Stearns inserta su crítica a esta percepción de lo masculino y la evaluación de nociones como la vulnerabilidad, el amor propio, el sectarismo, el homoerotismo, la compra y venta de armas, las jerarquías, las reglas y la confianza, entre otros conceptos. Todo ello a través de un finísimo, agudo y certero humor negro (no siempre comprensible y asimilable para todas las audiencias) que, además, se entreteje de manera natural, fluida, orgánica y simplemente bella con una trama de misterios y suspensos. Siendo este último (i.e., la cadencia y consistencia de su tono narrativo) el más rico, destacable y sorprendente de los atributos de este film.

Como es lógico, para que la crítica a lo masculino dominante pueda transitar por contraste es necesaria la presencia femenina dentro de la historia. Así, conocemos a Anna, interpretada por Imogen Poots, quien forma parte de todas estas estructuras masculinizadas al pie de la letra pero, eso sí, de manera inestable, pues se trata de un personaje que es incapaz de asumir plenamente las características de esa masculinidad rígida, estricta y perniciosa que la rodea, generando con ello una cierta sintonía con la personalidad no masculinizada (en el sentido que usa Stearn del concepto en el film) de Casey.

Así, ambos personajes serán el vehículo para preguntarnos por lo que hay más allá de ese enaltecimiento de la masculinidad dominante o, lo que es lo mismo, nos arrojaran a la pregunta por lo que es “lo masculino” en verdad. Si bien tal respuesta resulta complicada de plantear (pues hay quien ni siquiera restringiría la discusión a la oposición binaria entre masculino y femenino, o bien, quien ni siquiera encuentra la visión de la masculinidad dominante como un problema), una cosa podemos tener por seguro: mucho de lo que entendemos por el orden establecido hasta nuestros días está marcado por la masculinidad.

Es decir, en la práctica, en los hechos, los hombres hemos tenido históricamente más derechos (como votar), ventajas (como mejores salarios) y posiciones de decisión (política, religiosa y social) durante más tiempo y desde mucho antes que las mujeres. Construyendo con ello una noción de orden que, aún en sus versiones más reformistas, disruptivas y reinventivas de las que hemos sido capaces hasta el día de hoy como humanidad, sigue arrastrando una innegable herencia de esa noción primitiva de masculinidad.

La pregunta siguiente, como es claro, es si todo lo que hasta hoy hemos entendido por masculino es incorrecto. Y es ahí donde la reflexión resulta intrigante pues el primer impulso, casi sin dudas, es decir que sí, que todo lo masculino (como concepto) debe estar condenado al olvido pues resulta más que evidente para nuestra época que no todo lo que hemos entendido como masculino es correcto (sano, humano y constructivo).

Sin embargo, a riesgo de convertirme en lo mismo que trabajo por evitar, o bien, de ser presa de una terminología engañosa, me parece que más que acabar de tajo con lo masculino debemos acabar con las prácticas que se asemejan a la noción que nos expone El Arte de Defenderse. Esa noción de lo masculino que domina, que toma, que agrede, que es violento, que se impone y que es iracundo sólo por el hecho de ser masculino.

El camino a seguir, creo, tiene más que ver con una concientización de una visión más humana, empática y realista de lo que es “lo masculino”, una que se haga consciente de los diferentes modos en los que “lo masculino” se hace también de “lo femenino” evidenciando que lo humano, que subyace a ambas caras de la moneda, no existe sin ambos. Es decir, que formamos parte todos de una misma humanidad, una misma emotividad, una misma racionalidad de la que todos podemos y debemos formar parte y en la que todos debemos y podemos caber.

Así como existe una distancia entre el karate y el Karate Do, así existe una distancia entre lo masculino dominante y lo masculino humano. En el caso del arte marcial, el primero refiere a las formas de la disciplina de combate y su ejercicio físico, técnico, mientras el segundo refiere a la filosofía con la que se ejercen esas formas, principios y ejercicios, o sea, la ética bajo la que el karateka de verdad aprende a no combatir sino es para defenderse, a fluir con su existencia y a romper con la tentación de superponerse por el solo superponerse.

En el caso de las masculinidades, pienso, así como hemos vivido marcados por “lo masculino dominante” que nos ha enseñado estructuras sociales, culturales, emotivas, psicológicas y hasta éticas que sólo han servido para reprimir el florecimiento de nuestra naturaleza humana íntegra (compuesta por lo masculino y lo femenino), así mismo debemos embarcarnos en la aventura de desaprender los vicios, errores, excesos e inequidades que hemos erigido desde la huella de ese pasado para caminar hacia una mejor versión de nuestros componentes masculinos: una más sensible, más atenta, más a la escucha, más concesiva, menos agresiva, menos iracunda, menos dominante, más humana.

En suma, para romper con la cadena de violencia, dominio y antipatía de la masculinidad dominante, creo, es necesario cambiar la naturaleza de sus eslabones, es decir, es necesario revisar y replantear las bases mismas de su construcción social y cultural con la finalidad de darle paso a un futuro marcado por el orden humano, que no tenga que ser impositivo ni termine por canibalizarse.

En otras palabras, en consonancia con la película de Stearns y conscientes de la distancia entre el karate y el Karate Do (o entre la masculinidad dominante y la masculinidad humana), después de tantos siglos de la hegemonía de una masculinidad impositiva, para que la cadena del orden encuentre el camino a una nueva versión de sí misma, más completa, más real, más empática y más humana, su próximo eslabón ha de ser femenino.

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