Dicen que no se puede saber quién es exactamente una persona hasta que su ausencia se hace presente; hasta que la muerte, en su fría objetividad, te hace carecer de manera puntual y precisa de esas palabras, esos gestos, esas frases, esos abrazos y esa magia misteriosa que se encarna en lo que hace a cada uno de nosotros quienes somos y nadie más.

Para mí, esa expresión no pudo ser más patente que cuando perdí a mi madre y mi abuela; ambas a mis 21 años de edad. Con muchas experiencias que vivir, muchos pequeños logros y largos procesos que completar y más de un par de miedos, dudas, pesadillas y horrores que compartirles; el caso es que la orfandad (materna y parcial) me llegó muy joven.

No se me escapa que mi caso es sólo uno de millones y que en él confluyen muchas ventajas inimaginables e inalcanzables para otros huérfanos. Yo disfruté a mis madres por dos décadas y me sigue pareciendo muy poco. Porque la muerte nunca parecerá oportuna para los que nos quedamos extrañando.

Pero hay otros casos, otros más duros; orfandades más huérfanas, más desprotegidas y más crudas que la mía. Orfandades nacidas de la violencia, orfandades nacidas de la casualidad, orfandades determinadas desde antes de nacer y, por supuesto, orfandades inversas: orfandades de hijos, de sobrinos, de esperanzas en ciernes.

Es por eso que encuentro especialmente atinado, oportuno y didáctico un acercamiento a la cuestión dirigido a los niños, cómico y fantástico, como el que estrenó este fin de semana Disney-Pixar en las salas de cine: Unidos. Destacable no sólo por su animación sino por el corazón de la historia real que late detrás de su premisa y, acaso, por algunos de sus simbolismos.

La cinta nos lleva a un mundo fantástico habitado por gnomos, hadas, unicornios, centauros, trolls, sirenas y demás criaturas mitológicas que han olvidado los orígenes de su prosperidad derivados de un antiguo empleo de la magia, ahora sustituida por la sofisticación tecnológica. Simbolizando con ello el creciente dominio de lo digital (incluso en nuestras interacciones) en nuestro día a día que parece diluir nuestras convivencias directas en persona, cara a cara.

En dicho contexto, Ian y Barley Lightfoot, dos hermanos elfos huérfanos de padre, encontrarán un insospechado acceso a esos milenarios poderes que les ofrecerán la oportunidad de traer a su padre de regreso a la vida por un día. Arrojándolos a una apremiante expedición para sacar el mayor de los provechos posibles de tan envidiable ocasión.

En términos de animación, la película resulta consistente con buenos esfuerzos por dotar de un realismo relativo a sus personajes sin deshacerse de sus bases fantásticas. Añade simbolismos gráficos claros como la prosperidad y fortaleza de sus unicornios en tiempos de la magia y la indigencia y repulsión de estos mismos animales en épocas más tecnológicas. Y, finalmente, logra crear un humor físico que se siente muy natural a partir de la presencia parcial del padre de estos muchachos.

En lo narrativo, por su parte, resulta una premisa sencilla que se las ingenia para procurarse algunas complejidades mientras promueve la valía de la autoconfianza, de la fe en uno mismo y del propio instinto amoroso y positivo. Da buen pie a algunos chistes que impactarán a su público de maneras diversas pero que son en lo general efectivos. Y, más importante que todo, logra darle un tono empático a la historia de Ian quien, habiendo perdido a su padre siendo aún un bebé, encuentra en la magia la oportunidad para hablar con él por primera vez en su vida.

Empatía que tendrá un alcance muy diferente para quienes hayan vivido en carne propia situaciones similares que para quienes se acerquen desde otras circunstancias pero que en lo general logra aterrizar adecuadamente sus términos; claro, con el particular sentido de la sorpresa y la emotividad que caracterizan a las obras de Pixar.

En lo personal, más allá de una emotividad removida y movida a las lágrimas en múltiples ocasiones, la película me deja con una consoladora reflexión que espero sea útil para todo aquél que se encuentre en algún punto de los múltiples y multiformes caminos del duelo hacia la resignación: la importancia de la magia; de lo que no se puede ver pero que se sabe que está ahí.

El duelo y la muerte son partes de la vida. Muy complejas de sobrellevar e inevitables de experimentar en algún punto de nuestro existir. Son, me parece, dos experiencias en las que no caben los juicios absolutos ni las rigurosas maneras de actuar (salvo la clara excepción de que ningún duelo o muerte justifican su expresión en daños a terceros).

Son momentos de confusión, de negación, de arrepentimiento, de profundo dolor pero, sobre todo, momentos que nos hacen reconocernos frágiles. Mortales incapaces de comprender la vasta complejidad del hecho humano (en su animalidad, en su espiritualidad, en su nivel social, en su nivel cultural, etcétera) que, ahí en la muerte, se va de tajo con el viento. Mortales. Fugaces y mortales.

Reconocernos, como consecuencia, fantasiosos, necesitados de narrativas, necesitados de respuestas, necesitados de metáforas, analogías y reflexiones que nos permitan hallar discursos que calmen nuestra ansiedad e impaciencia ante la simple pregunta: “¿por qué tenías que morir?”.

En mi caso, filósofo, clasicista y eterno confundido, me hice ya de múltiples relatos. Míos, propios y que me ayudan a vivir con las insatisfactorias ausencias que han marcado mi vida. Entre ellos (el que me recordó la historia de los elfos Lightfoot) la inexplicable magia que se hace patente cuando reconozco a mi madre en el rostro de mi hermana o cuando juro haber encontrado su voz en una frase pronunciada por mi hermano repitiendo sus palabras. La magia que sucede cuando reconozco, en la tenacidad y el amor con los que estos dos individuos −carne de mi carne y sangre de mi sangre− se preocupan por mí, que no estoy solo, que compartimos una vida y, más aún, que compartimos una ausencia; que compartimos, dos veces, una muerte.

¿Será que ahí se hacen presentes mi madre y mi abuela por un instante? Será por eso que hay dolores en mis días que no se calman más que con la presencia de mis hermanos. Será que la magia verdadera no es que, tras sus muertes, seamos capaces de encontrarlas en nuestras vidas sino que durante sus vidas ellas lograron construirnos amores que son capaces de unir transversalmente a la ausencia y la presencia con la magia de un abrazo.

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Darth sethbek

    Bueno. Lo único que puedo comentar es que en el año 2004 salió la primera adaptación animada del manga fullmetal alchemist y en 2009 la versión más apegada al manga. Fullmetal alchemist: brotherhood. Cuya premisa es la misma, un par de hermanos que hacen todo lo posible para volver a ver a su madre muerta y después de que el experimento sale mal van en un viaje para reparar lo que salió mal. Hasta ahorita casi la semejanza es impresionante. Te recomiendo que veas esta obra de Hiromu Arakawa que es la epítome de la resiliencia y como aunque la vida te patea, uno aprende a vivir con el dolor de perder a un ser querido hasta que es tolerable.

    1. admin

      Muchísimas gracias por tu comentario, Darth, hemos leído muchas comparaciones entre esta película y Fullmetal Alchemist pero ninguna se había tomado el tiempo de articularse como la tuya, por lo cual te agradecemos especialmente.

      Lo tomaremos en consideración y, de ser el caso, podríamos incluso escribir un texto dedicado a este anime que nos sugieres. Muchas gracias por tu sugerencia y tu breve reflexión.

Comentarios cerrados.