Los efectos de mirar al cielo

Desde los primeros días del quehacer filosófico, tal como lo ha entendido el Mundo Occidental, esta disciplina ha necesitado explicar, sustentar y justificar su existencia frente a los ojos de actividades convencionalmente productivas y frente a una opinión pública que suele encontrar a la Filosofía como una colección de divagaciones innecesarias, infructíferas y ociosas.

Así fue desde los días de Tales de Mileto (siglos VII-VI a.C.), el primer filósofo reconocido como tal por la Historia de la Filosofía en Occidente, sobre quien se contaba una anécdota que durante siglos sería repetida, en diferentes variaciones y con diferentes protagonistas, para señalar el desapego vicioso de los filósofos con el aquí y el ahora −con el mundo real− por vivir en sus castillos mentales −de ideas, conceptos y reflexiones impalpables.

De este modo, según se dice, un día el buen Tales caminaba por las calles de su isla natal absorto en algunas cuestiones derivadas de sus recientes observaciones astronómicas. El fervor de su reflexión fue tal que, sin darse cuenta, el filósofo cayó en una zanja que se encontraba a sus pies. La historia, en algunas versiones, remata con una suerte de moraleja: “tan ocupado de tus rodeos filosóficos que eres incapaz de fijarte en el suelo que pisas”.

Por siglos esa misma imagen se ha propagado, en diferentes contextos y fórmulas, como una manera de burlarse, desestimar o simplemente criticar las ambiciosas pretensiones de quienquiera que se atreva a preguntarse por lo que está más allá de la burbuja que convertimos en nuestra vida cotidiana, de quienquiera que, con bases o sin ellas, se lance por una osada búsqueda de la verdad.

Se le ha achacado a filósofos, científicos, artistas, librepensadores y uno que otro genuino “crítico” rayando en la delusión y la paranoia. Se le achaca a un par de astrónomos que descubren un meteorito a punto de estrellarse con la Tierra en la nueva sátira distópica del aclamado cineasta Adam McKay (The Big Short, Vice) para Netflix: Don’t Look Up o No miren arriba.

En la línea cómica, agudamente observadora y poderosamente inquietante de sus recientes trabajos cinematográficos, la nueva película de McKay nos presenta una historia “basada en hechos verdaderamente posibles”. La historia de dos científicos tratando de advertirle al mundo que el fin de los tiempos está a la vuelta de la esquina. Dos científicos que son obstruidos por políticos y sus agendas ideológicas, empresarios y sus agendas comerciales, medios de comunicación y sus agendas polemistas y ciudadanos comunes y su constante evasión e inacción frente a un mundo decadente.

Todo ello a través de un elenco lúcidamente seleccionado: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Jonah Hill, Tyler Perry, Thimothée Chalamet, Arian Grande, Cate Blanchet, Meryl Streep. Todo ello a través de un picante tono cómico plagado de acidez, volcado con contundencia y agilidad y profundamente enraizado en una búsqueda de verdades humanas.

Congruente con la escuela de la Comedia Contemporánea Estadounidense en la que se formó, McKay busca con su historia distópica e incisivamente cómica ahondar en la realidad en la que vivimos. Ahondar en el reinado de la desinformación, en el hedonismo epistemológico que nos hemos erigido, en la impenetrable muralla utilitarista que le hemos superpuesto a nuestra sociedad y a nuestro territorio político común en favor del dinero, la ganancia y el poder. Ahondar en cómo, lo que un día vimos como historias horroríficas de un futuro indeseable, cada vez se parece más a lo que tenemos como nuestro presente.

Porque, más allá de su estilo estimulante, dinámico, fresco, claro y atrevido para contar historias, el valor inquietante de esta cinta de McKay es la manera en la que una observación sarcástica y ficticia de la realidad en el siglo XXI se acerca tanto al horror y el terror cuando nos percatamos de que lo que nos muestra la pantalla se parece mucho a lo que ya estamos viviendo.

Desde la manera en la que los humanos de esta ficción se enfrentan al fin del mundo −reminiscente de la crisis sanitaria que recientemente nos parecía estar presenciando−, hasta los vicios con los que todo se politiza, se ideologiza, se comercializa. Se mutila. Se deshumaniza. Se convierte en oportunidad. Se convierte en tragedia para millones y en millones de dólares para unos pocos.

La presencia del filósofo, como paradigma de todos aquellos que buscan la verdad, siempre le ha resultado incómoda a todos aquellos que prefieren una vida descomplicada. A todos aquellos que, con espíritu evasor, prefieren lo visible, lo palpable, lo inmediato. A quienes prefieren las respuestas –sin importar lo que cuesten− por encima de las preguntas –como reconocimiento de la condición humana de eterno aprendizaje.

A Tales de Mileto, y a muchos más, le significó pasar a la historia −entre muchas otras cosas mucho más relevantes− como el protagonista de una anécdota que evidencia los excesos de una seguidilla infinita de inquietantes dudas que tratan de elucidar el mundo en el que vivimos.

Al doctor Randall Mindy y a la doctoranda Kate Dibiasky, protagonistas de Don’t Look Up, les significa convertirse en un par de objetos de las maquinarias comerciales, políticas y mediáticas contemporáneas; recordados y notados por todo menos por la advertencia que intentan articular para un mundo al borde de su apocalipsis.

Curiosamente en ambos casos todo comenzó volteando la mirada al cielo, como si allá se iniciara el germen de todo lo misterioso. El primer “más allá” de nuestro aquí. El primer “fuera de” de la Tierra que nos permite preguntarnos por nuestra posición en el cosmos. El primer exterior de nuestra subjetividad que nos invita a preguntarnos por todo lo que no es nosotros mismos.

Porque por incómodos que resulten el filosofar, el investigar, el pensar o el dudar, sólo así podemos realmente relacionarnos con el mundo en el que vivimos. Dialogar, desde nuestra naturaleza, con su naturaleza y su verdad. Interactuar con el único mundo que tenemos.

Sólo así podemos realmente relacionarnos con la sociedad de la que irremediablemente formamos parte. Con sus incongruencias, con sus contradicciones y con la necesidad que tenemos de participar en ella para nuestro propio sustento. Interactuar con el único mundo −social, político e histórico que tenemos.

Porque sólo así superamos lo dado como se nos presenta para avanzar hacia lo que, como seres humanos, elegimos hacer con nuestra libertad y nuestra capacidad de actuar sobre lo dado. El modo en que decidimos enfrentar −o no− los retos que nos presenta nuestro hecho pragmático −y/o meramente gnoseológico− de ser en el mundo. Hacernos presentes de maneras constructivas en el único mundo que tenemos.

De lo contrario, condenados al no mirar arriba −al no mirar más allá de nosotros mismos ni de nuestros mundos privados− estamos caminando con paso firme al futuro que, con horror, un día nos inventamos para la ficción. No mirar arriba es hacer presente la estulticia privativa que genera la irreflexividad y, con ello, caminar con paso firme al abismo de la extinción de la raza humana.

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