A lo largo de la Historia de la Filosofía y de la Historia de la Lógica, al menos en sus reconstrucciones clásicas, se ha definido a una proposición universal como aquella que predica algo, positiva o negativamente, de la totalidad de los sujetos que componen un conjunto. Así, ejemplos simples como “todos los perros tienen cuatro patas” suelen llenar los libros de ejercicios de lógica alrededor del mundo.
Sin embargo, pronto los filósofos se darían cuenta que este tipo de predicación (en la que, por cierto, se suelen basar muchos de los presupuestos científicos de nuestra época) acarrea un grupo importante de problemas. Desde lo ontológico (si es que existen por sí mismos de algún modo estos universales), desde lo empírico (si es que hay modo de comprobar que existen predicaciones aplicables a todos y cada uno de los sujetos que forman parte de un conjunto) y, por supuesto, desde lo lógico mismo (si es que la predicación universal es una herramienta meramente conceptual situada en nuestra mente, o bien, si es una abstracción ociosa que impide el acceso a la singularidad pura de la realidad).
Desde lo humano, no obstante, estos densos problemas filosóficos (que quizá no cuenten siquiera con una respuesta concreta alcanzable) se diluyen en la experiencia singular de la existencia y de las emociones, donde, muchas veces, aquello que nos hace sentir profundamente individuales se revela mucho más general (y cercano a lo universal) de lo que uno podría esperar.
Talvez es por eso que 기생충 (Parasite o Parásitos) del director surcoreano Bong Joon-ho se ha convertido en un inesperado éxito en taquillas a nivel mundial además de ganar la Palme d’Or en el pasado Festival de Cine de Cannes, convirtiéndose en la primer película y el primer director coreanos en llevarse el más alto reconocimiento del reputado festival.
Cualificaciones obvias de alta calidad le destacan, entre ellas, su historia bien hilada, precisamente construida, que marca muy bien las pautas de los distintos ritmos que adopta el film en diversos momentos (yendo desde lo cómico, el humor negro y la sátira, hasta el suspenso, el misterio y el drama). Su ejercicio técnico simbólico pero sencillo y cotidiano que le da, por un lado, una vida muy real y rica a las carencias que viven sus protagonistas y, por el otro, un fondo abstracto y metafórico digno de más de una vista; todo ello sin tornar la historia densa o difícil de comprender, por el contrario, haciéndola más cercana y entrañable.
El argumento principal nos propone un contraste entre dos mundos, entro dos Coreas de Sur muy diferentes. La de los adinerados, por momentos ingenuos y encerrados en su propia burbuja, y la de los poco afortunados, que han desarrollado ingenios moralmente discutibles para desenvolverse en un entorno lleno de carencias. Así, la historia sigue a Ki-woo, un joven talentoso dentro de una familia de escasos recursos que recibe una especial oferta para trabajar como maestro particular de una niña adinerada; evento del que se derivarán una serie de planes, enredos, contrastes, misterios, juicios y prejuicios que involucrarán, poco a poco, a los integrantes de su familia.
Los constantes giros sorpresivos que da esta película constituyen una fructífera base que permite constantes cambios entre tonos narrativos que se reflejan en una ejecución fílmica asombrosa, por momentos simple, clásica, por momentos artística, simbólica-contrastante, y por breves segundos francamente soberbia. Construyendo de manera patente, más que una mera película, toda una experiencia estética, que te envuelve, te conquista y te involucra con un ojo cómplice, cercano; a tal grado que la historia llega a sentirse propia.
Y quizá lo es, más de lo que nos gustaría reconocer. Quizás tenemos más en común con esta intrigante familia desfavorecida de Corea del Sur y sus artimañas de lo que pensaríamos, quizá sus necesidades, su frustración, su dolor y su inversión ingeniosa de las reglas resultan profundamente cercanas a la experiencia de ser latinoamericano. De vivir de una manera consciente de la necesidad que podemos presenciar con sólo salir a la calle, de lo imprevisto, de los riesgos espontáneos y de las abismales diferencias sociales que, con mayor frecuencia de lo que debiera, se decantan en la desconsideración de la que somos capaces cuando nosotros nos encontramos en una posición privilegiada frente a nuestros iguales.
Quizá, como discute de manera tópica pero pasajera y breve esta cinta sin dar una respuesta específica, hacer planes en una vida así no sirve de nada y el mejor plan en tales circunstancias sea no hacer plan alguno. Quizá cuando la necesidad ahoga tanto, esperar sea otro nombre para la decepción. Pero quizá, también, la autodeterminación y la libertad puedan llegar más allá de las estructuras de permeabilidad social.
Quizá sea cierto lo que algunos filósofos pensaron y no existen más que los casos singulares, inasibles para los conceptos de la razón, inasequibles para las fórmulas de los contratos sociales. Quizá no hay nada más humano que lo ilógico que resulta que siendo la misma especie nos empeñemos tanto en distinguirnos, en separarnos unos de otros. Quizá no existan más universales que los que nos revela desde su prístina singularidad una historia tan individual como ésta. Quizá no haya nada más universal que estas dos formas del deseo: la necesidad y la esperanza.