Más adelante en el camino

Con el atípico año que fue el 2020 y las consecuencias que trajo para cada uno de nosotros, las distintas industrias del entretenimiento también tuvieron que adaptarse y reajustar sus procesos y protocolos. Así, los populares Premios Oscar tuvieron que elegir entre un limitado catálogo de títulos para definir sus galardones. Entre ellos, la mejor película de 2020 – 2021 según la Academia Estadounidense, Nomadland de Chloé Zhao.

En definitiva una película de alta calidad, con importantes valores cinematográficos, con una intrigante propuesta narrativa que reta los límites entre el documental y la ficción e interesada por y situada en una reveladora coyuntura del Estados Unidos reciente, su sistema económico y social y, por supuesto, un grupo de olvidados dentro de todo ello: los nómadas contemporáneos.

La historia convencional reza así: antes de convertirse en un sedentario capaz de establecer complejas redes comunales dependientes del riego y la domesticación animal, el homo sapiens (nuestros antepasados) era nómada. Dicho de otro modo, el ser humano iba de un territorio a otro explorando y asentándose en lugares favorables para la vida que una vez vaciados de recursos eran abandonados para encontrar un nuevo hogar temporal.

La narrativa es, en lo general, acertada; empero, ignora a un mundo de culturas autóctonas (Kollas, Wuayúu, Chichimecas, Pigmeos, Beduinos, Romaníes, Inuits y un largo etcétera) que tradicionalmente se han mantenido en este modelo de subsistencia y que incluso hoy ven amenazado su estilo de vida en favor de una voraz urbanización y “civilización” de territorios biodiversos, ricos en recursos naturales y sedes de santuarios naturales o ritos sagrados que prefieren ser simplemente ignorados en favor de la explotación monetaria.

Y precisamente de estos no trata Nomadland. Sino de la versión más estadounidense y moderna de este mismo fenómeno que se podría encontrar: los nómadas de caravana (remolque, auto, camioneta). Los nómadas del siglo XXI que, al igual que aquellos nómadas ancestrales y milenarios, son los principales objetos indirectos y el producto de una cultura del utlitarismo, el efectivismo, el eficientismo, las crisis económicas y, en un concepto, el capitalismo.

Productos porque, como nos revelará la historia de Fern y sus amigos, la decisión de vivir en la propia camioneta no es una a la que se llega de manera intuitiva ni necesariamente idealista. Es una a la que se ven orilladas muchas personas despojadas de sus trabajos, de sus ingresos, de sus casas, de sus familias e, incluso, de sus comunidades enteras. Es una que nace de una periférica pero sofocante cultura de la ambición económica voraz que termina por dejar a algunos desamparados, en un limbo intermedio entre vivir sin casa y convertir en hogar un medio de transporte personal.

La cinta está inspirada en el libro homónimo de Jessica Bruder, Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century (Tierra de nómadas: Sobreviviendo Estados Unidos en el siglo veintiuno), pero es llevada más allá por el lúcido ejercicio de la directora china Chloé Zhao quien proyecta esta historia desde quienes realmente la viven en carne y hueso hasta la ficcionalización del guion de cine.

Así, nómadas de la vida real se encargan de dar vida en la pantalla a versiones ficticias de sí mismos que ayudan a delinear, exponer y expresar cómo es vivir yendo de un lugar a otro y viviendo en un hogar rodante o un auto. Dándole, con ello, un nivel casi documental al film que, por otro lado, atestigua la existencia de personas orilladas (o aun libremente avocadas) a vivir sin un rumbo fijo y sin un suelo propio.

Entre tanto, el papel de Fern, en una precisa y redonda interpretación más de Frances McDormand, servirá como el punto de reunión de momentos, relatos, encuentros, sentimientos, trabajos, intereses, desencuentros, recuerdos y muchísima contemplación existencial contextualizada por pulcros e inmejorables encuadres de firmamentos a lo largo del Estados Unidos profundo, desértico, montañoso y nevado.

Contemplación que servirá de testimonio de ciertas vidas que por carecer de patrimonios convencionales parecerían descartadas. Contemplación, también, que quizá idealiza de manera malsana (dicen unos) la vida sin suelo fijo o que, por el contrario, quizá reinterpreta los límites que atañen a un hogar completo y suficiente. En cualquiera de los casos, una contemplación existencial que se propone como una analogía de la vida misma.

De la incertidumbre que acompaña al hecho de tener una casa, un empleo y una familia, de la incertidumbre de no saber dónde estaremos mañana; pero, también, la incertidumbre en sentido positivo de no saber qué nuevos recuerdos gratos nos esperan, qué amistades habremos de formar, que amores habremos de tener, a quiénes nos habremos de reencontrar, días, meses o años después “más adelante en el camino”, como célebremente se dirá en la película.

Nomadland se convirtió en la primer película en la historia en ganar el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia y el People’s Choice Award del Festival Internacional de Cine de Toronto el mismo año, además de ganar el Premio a Mejor Directora en los Globos de Oro más los Óscares de la Academia a Mejor Actriz, Mejor Directora y Mejor Película, entre un sinnúmero más de galardones y nominaciones.

Cuesta, sin embargo, definir si tal hubiera sido el caso en otras condiciones. Razonamiento, en todo caso, ocioso pues, al margen de su arraigambre profundamente estadounidense, su mitologización de la vida norteamericana anglosajona y la romantización hollywoodense de la tragedia existencial, esta es en definitiva una buena película con valores técnicos, narrativos y sociales suficientemente sobresalientes como para ser especialmente considerada.

Apuntando, sobre todo, a una realidad que parece tan recurrente y errática como los andares de los nómadas: las crisis económicas y sociales de nuestra organización política mundial. Las crisis económicas y sociales que se desprenden de un sistema bien intencionado en el papel (descripción aplicable para arribas, abajos, izquierdas y derechas) que, en la práctica, termina por entorpecerse, pervertirse y autodevorarse a través de las turbias ambiciones humanas, los indecentes despojos ejecutivos y la destructiva falta de saciedad cuando se trata de acumular bienes, activos; dineros, egos, poderes, dominios, números.

Y ese parece ser el mensaje atemporal y meta-local de este film: la decepcionante conciencia de que más adelante en el camino siempre vendrá otra crisis. Habrá nuevos nómadas. Habrá nuevos sin-suelo. Pero Hollywood, las mercancías y todo lo vendible y deseable siempre estarán allí. A menos que encontremos un mejor modo de ser falibles. A menos que, más adelante en el camino, dejemos de ser sedentarios del ego y nómadas del desear.

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