Metamorfosis perpetua.

Publicado en Diario Imagen el 2 de octubre de 2019.

Durante nuestras vidas somos distintas versiones de nosotros mismos. Cada experiencia, cada situación, cada emoción, cada cambio de opinión y cada etapa de nuestras vidas nos exigen adaptarnos y cambiar de maneras insospechadas y sorpresivas en la búsqueda de ser quienes queremos ser, completar nuestras empresas y, en un simple pero misterioso (y a ratos inalcanzable) objetivo, en la búsqueda de ser felices.

Para mí, que forjé buena parte de mi educación filosófica elemental en la ontología griega antigua, sería imposible que entre tanto cambio no existiera algo en nosotros que permaneciera y nos identificara (aunque con ello no desestimo la profunda sabiduría que hay en el concepto oriental de aceptar la impermanencia).  Y claro, esta cuestión filosófica no es simple de resolver, pero no puedo evitar preguntarme por lo que permanece en mí entre tantos Hugos que he sido.

Algunos me avergüenzan, algunos me enorgullecen, algunos me duelen profundamente y otros más me parecen, sin más, impresentables y dignos de perderse en el vasto laberinto que es la memoria; pero algo que todos ellos tienen en común es que, a su manera, a todos los acompañan un grupo de melodías, de notas, de momentos y de borrosos recuerdos que tienen por objeto a Café Tacvba, esa banda sonora que ha acompañado y dado voz y refugio a muchos de esos yos que colectivamente dan forma a quien creo ser.

Le han dado sonido a mi irreverencia (con el original de Jaime López “carcacha y se les retacha”), a una individualidad anhelada e inalcanzable (“soy el imposible hombre impasible”), a mi romanticismo (con la hermosa historia que cuenta El Balcón), a mi soledad (“parece mentira que entre tanta vida no tenga a nadie con quien compartir la vista desde mi casa este sábado al mediodía”), a mis reflexiones filosóficas (“también yo busco la verdad…eso, si la hay”), a la prisión que significa en ocasiones la razón para quienes vivimos en el constante sobrepensar las cosas (“no era yo era la cabeza quien dictaba esa razón”), a la ternura que sigue al dolor de vivir la muerte de un ser querido (“hay un par de lugares donde sé que puedo encontrarte”), al hecho mismo de asumir que la vida es cambio, movimiento y transformación (“así son las cosas en la pista de la vida, unas veces vas abajo y otras vas arriba”) y, ahora, con la íntima, conmovedora y potente versión de Diente de León que añadieron a su recién estrenado MTV Unplugged, le han dado voz a mi renovada búsqueda espiritual y actitud ante la vida (“flotar sin dirigir a dónde voy”).

Tampoco me engaño, sé que lo que la música de esta banda significa para mí no tiene por qué ser canónico, quizá ni siquiera se acerca a lo que la propia agrupación, como compositores de estos temas, esperarían generar en sus oyentes; pero, para mí, sus canciones son las muestras de que estar dispuesto a la transformación constante tiene sentido, importa. Que entregarse con sinceridad, autenticidad y valentía al reto que impone la hoja en blanco (o el instrumento en silencio) pueden llegar muy lejos en un camino de dos vías: tanto al interior y al autoconocimiento, como al exterior y a la genuina conexión que genera un sentimiento sublimado en arte.

Esta metamorfosis perpetua que caracteriza a Café Tacvba se vuelve patente en su nuevo MTV Unplugged, en el que tanto para fanáticos como para oyentes ocasionales, no han quedado a deber. Han sido consecuentes con su capacidad de reinventarse, reconstruirse, reescucharse y reinterpretarse. De acuerdo a lo que vimos el pasado jueves (cuando pudimos conocer nueve de los temas que componen este especial televisivo/musical), en algunos casos las reversiones corresponden más a la extensión de sus armonías a la magnitud de una orquesta (como la que los acompaña en esta nueva presentación), en otros casos se trata más de lucir las bondades musicales que se encuentran escondidas detrás de lo que habíamos ya escuchado (como Diente de León u Olita del Altamar) y en unos más se trata del gusto de rehacer un tema, encontrarle otro modo de abordarlo, de tocarlo y de transmitir su mensaje (como con El Outsider).

Pero eso sí, de lo que se trata indudablemente, de lo que siempre se trata Café Tacvba, es de aprender a dejarse ser, a soltarse libremente a través de la música, a no aferrarse más que al gusto por explorar la propia creatividad, aferrarse, si acaso, al gusto de poder ser alguien más, algo más, el día de mañana. La capacidad de encontrar en la propia identidad el impulso que nos mueve a ser como no hemos sido, a romper con la rigidez y abrazar la realidad que es el movimiento, la diferencia y lo inesperado en nuestras vidas.

Por eso no encuentro mejor manera de describir a estos músicos que la palabra griega metamorfosis. Compuesta por la preposición μετά (metá, que en su sentido dinámico añade una noción de “lo que está más allá”, “lo siguiente” o, simplemente, de intención hacia algo más), la palabra μορφή (morfé, que significa “forma”, “modo” o “tipo”) y el sufijo σις (sis, que indica la concreción de un movimiento, es decir, el hecho contundente de un cambio hecho patente); la palabra indica, en una expresión: el patente acto de llevar la propia forma a algo más, el hecho concreto de ir más allá con el propio modo de ser.

Eso, en mi punto de vista, es lo que Café Tacvba se ha encargado de demostrar en 30 años de carrera, su capacidad por ser uno más, uno nuevo, pero, sobre todo, un Café Tacvba que no renuncia a sus principios, a su amor por la música y a su autenticidad. Así, con su nueva revisita reinventiva a su música, me han recordado que si algo caracteriza al arte, a la creatividad y a la vida misma, es que estos son movimiento, cambio constante, es decir, que sin cambiar no se vive, no se crea, ni se es artista porque sin estar dispuesto a una metamorfosis perpetua no se es ni sincero ni auténtico con uno mismos, no se es quien se es.

Ojalá que Café Tacvba siga cambiando, que nunca renuncien a su derecho a ser siempre otros porque en ese poder de reinventarse, de adoptar nuevas formas y abrazar el movimiento se encuentra el principio de la conexión que han logrado con quienes los admiramos y con quienes algo hemos buscado aprender de ellos. Quienes soñamos con seguir siendo quienes somos. Quienes seguimos buscando en el vaivén de nuestras múltiples facetas una canción que nos recuerde que todo estará bien, que la vida es metamorfosis perpetua.

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