Tratando de entender el concepto de la mitografía me topé con dos acepciones generales sobre este fenómeno del estudio de los mitos y las mitologías: o bien, se trata del estudio sistemático de diferentes expresiones culturales —como mitos, leyendas y relatos— con la intención de reunirlas en un mismo canon compartido; o bien, se trata del estudio interpretativo de estas mismas expresiones con la intención de develar sus significados ocultos —desde descubrimientos científicos, hasta alegorías sobre eventos históricos o, incluso, discursos filosóficos.
Jugando un poco con las raíces etimológicas del término —μῦθος (mýthos): mito, fábula y γράφω (gráfo): escribir, dibujar, delinear, pintar—, me parece que podemos entender esta noción no sólo como la escritura o reescritura de mitos y mitologías con diferentes propósitos. Podemos extender su significado a más modos de descripción admisibles para estos mitos y mitologías.
No sólo en un ejercicio de organización o interpretación sino, también, en un ejercicio artístico de ponerlos en escena, de describirlos realizándolos, de delinearlos en un entorno realista, de dibujarlos o esculpirlos con artefactos materiales, de “escribirlos” no desde los ojos del estudio abstracto sino “escribirlos” desde un punto de vista experiencial, fenomenológico. Un ejercicio artístico como los que han caracterizado la filmografía del aclamado director estadounidense Robert Eggers.
Con una meticulosidad siempre impresionante, las tres películas que Eggers ha entregado hasta el momento —The Witch o La Bruja, The Lighthouse o El Faro y The Northman o El Hombre del Norte— se han distinguido por un compromiso profundo con las mitologías y folklores que exploran. Siempre diluyendo los límites entre lo fabulístico y lo real. Siempre poniéndonos en el punto de vista de alguien que vive lo que cree. Siempre desde los ojos de protagonistas que se desenvuelven en sus contextos —sus épocas, sus mundos— con la convicción de que sus mitologías son formas verdaderas de la realidad.
Dicho esto, El Hombre del Norte —el más reciente trabajo del director— es un producto congruente con el estilo artístico, historiográfico y puntual que el cineasta ha demostrado durante su joven carrera y, al mismo tiempo, marca un acercamiento de éste a estructuras mucho más convencionales y accesibles para todo público.
Con todo, The Northman se sigue decantando por formas profundamente artísticas, que rehuyen a las explicaciones evidentes y que no necesariamente se ciñen a los cánones de finales felices y climáticos. El punto medular aquí es dar vida a la experiencia folklórica-mitológica de los vikingos, en específico, la del príncipe Amleth y su épica historia de venganza.
Así, Eggers explora la historia que, en su época, inspirara a William Shakespeare para escribir su conocidísima Hamleth: la historia, situada en el años 895, de un príncipe nórdico —Amleth— obligado a huir de su tierra natal tras el asesinato de su padre —el Rey Aurvandill— a manos de su hermano— Fjölnir, tío de Amleth. Príncipe que jurará venganza y que, desde entonces, perseguirá incansablemente una misión personal; manifestada para él como un destino ineludible.
Las andanzas de Amleth lo llevarán a criarse con una horda de vikingos, lo que Eggers convertirá en un cautivador espectáculo de bestialidad, brutalidad y magia, dando consistencia de realidad a las creencias propias de “los hombres del norte” —como se llamaban a sí mismos estos grupos de saqueadores de Europa del Norte. Sin juicios morales, por supuesto, pero dejando en claro los niveles de éxtasis, crueldad y euforia que acompañaban a las fechorías de estos hombres.
En adelante, los puntos centrales de la trama se sentirán familiares, conocidos —porque, al fin y al cabo, Hamleth y la leyenda de Amleth, son la base de muchas historias clásicas de venganza—; lo sorprendente será su modo de presentarse. Será la mezcla de mitos y realidad lo que se pondrá en primer plano, como una irónica desmitificación de los mitos modernos en los que hemos envuelto a la figura de los vikingos.
Aquí, con el afán y el compromiso de rigor científico y documental que siempre han sustentado su obra, Eggers sacará lo mejor de un nutrido elenco —Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Ethan Hawke, Björk, Willem Dafoe— para contar, con la mejor de sus fidelidades —apoyada por los asesores Neil Price, arqueólogo, y Johanna Katrin Fridriksdottir, académica especializada en el tema—, una verdadera historia de vikingos. Tan verdadera como se puede contar con ayuda de hallazgos arquelógicos, fuentes históricas y, más que todo, la recreación de la cosmovisión que alguien como Amleth habría tenido en pleno siglo IX de nuestra era y en medio de una salvaje, hostil y aguerrida Islandia.
De este modo, Eggers buscará superar la mitología sensacionalista e idealizadora que se le ha atribuido a los vikingos en el cine, los videojuegos y la televisión y rescatará, sí lo vistoso y espectacular de su historia pero, sobre todo, lo mágico-espiritual. Los valores humanos trascendentales que sostendrían a un hombre con vida sólo por la esperanza de cobrar venganza. Los valores religiosos y espirituales con los que un vikingo afrontaría la batalla sin miedo a morir. Las creencias primitivas con las que una horda de mercenarios evocaría desde sus más primigenios estertores la animalidad compartida entre hombres, osos y lobos.
En este sentido, entonces, The Northman es, desde mis ojos, un ejemplo de mitografía artística. Siempre discutible. Siempre con carencias, quizá, desde el rigor académico, historiográfico y mitológico. Pero clara. Contundente. Apelativa. Atractiva. Cautivadora. Minuciosa. Comprometida. Una obra artística que logrará acercarnos a los significados ocultos de ser un vikingo del siglo IX y que recogerá en un mismo cause una serie de expresiones, creencias y folklores de los hombres del norte. Un dibujo de la experiencia de Amleth. Una pintura móvil de los hombres del norte trazada con imágenes. Una mitografía delineada con cine.