Nuevos cánones

El proceso de descubrimiento de la amplia, riquísima y compleja tradición del cine comercial y del cine como arte partiendo desde una crianza común y corriente rodeada por la cultura popular regala el gusto de encontrarse con momentos icónicos de la cinematografía siempre desde un punto de vista tanto reconocible, como nuevo y sorprendente De este modo, justo, me acerqué recientemente a un clásico fundacional de los nuevos cánones de la ciencia ficción: 2001: A Space Odyssey del ineludible Stanley Kubrick.

Asumido en productos que recogen su herencia y que, de manera generacional y casual, resultaron más cercanos para mí; el film que sentó las bases de una nueva manera de experimentar y preguntarse por los enigmas que enfrentaría la humanidad en un futuro de insospechados avances tecnológicos está presenté en tono paródico en algunos de los mejores momentos de Los Simpsons, en el lenguaje visual de prácticamente cualquier obra posterior relacionada con los viajes espaciales (Star Wars, E.T., Interstellar, Alien, Blade Runner, etc.) e incluso en simbolismos anunciados para la próxima Eternals de Marvel Studios o hasta en el tratamiento del MCU de un “más allá de este mundo” que promete su naciente e intrigante multiverso.

Por lo tanto, un film necesario al momento de entender estos macrouniversos de imágenes e hiperestética que no han surgido de la nada sino que, por el contrario, atienden a una larguísima tradición humana que se remonta al primitivo y mero acto de contemplar las estrellas y preguntarse qué habrá más allá de ellas.

Las “proto-ciencias ficciones” fueron erigidas sobre los primeros relatos mitológicos que trataron de explicar el origen de estrellas, planetas y fenómenos meteorológicos. Pronto, la desmitificación crítica provista por el espíritu filosófico ayudaría a dividir con cierta claridad a la pura ficción de la realidad científica.

Pero aún la infalibilidad desarrollada por buena parte del conocimiento científico durante siglos de desarrollo, el establecimiento de métodos empíricos rigurosos y la academización de sus protocolos resultarían insuficientes para satisfacer la curiosidad de los seres humanos que, a cada paso dado por sus avances técnicos y tecnológicos, nunca han dejado de soñar, esperanzarse y fantasear a la medida de las herramientas que se le hacen asequibles a su ímpetu creador-pragmático y a su ímpetu creador-imaginativo.

Así, antes de la Revolución Industrial se teorizaba con otros mundos, con criaturas monstruosas en los confines de la Tierra y con transubstanciaciones de toda materia al oro. Así, con la llegada de las grandes máquinas se inició el sueño científico e inquisitivo sobre las profundidades del mar, sobre darle la vuelta al mundo, sobre alcanzar el centro de nuestro planeta y, por supuesto, sobre los viajes espaciales.

Hito científico que se consolidaría, en los hechos, en la forma del alunizaje de julio de 1969, pero que en abril de 1968 se exploraría, en la ficción, de manera inmejorable hasta nuestros días (a más de 50 años de distancia) en la obra maestra de Kubrick y el escritor Arthur C. Clarke (que en años subsecuentes se encargaría de llevar esta narración, en formato novelístico, hasta sus últimas consecuencias con una colección de secuelas).

Explicar 2001: Una Odisea del Espacio resulta una imposición artificiosa ante un trabajo que enaltece su asistematicidad, que raya en la instintiva picazón enigmática del surrealismo y que propone por medio de pura belleza fílmica una reflexión profundamente esperanzadora o desoladora, según se quiera ver, que remite al existencialismo franco y directo que la buena ciencia ficción (de Kubrick en adelante) se encarga de ponernos en la cara.

Porque, a pesar de no ser una historia clásicamente lineal ni específicamente autoexplicativa, 2001 sí que tiene compases, ritmos, momentos y un argumento central: el misterio del hombre en el Universo.

Desde los primitivos días de los homínidos y su búsqueda por dominio territorial, su inmediatez animal y su subsecuente desarrollo hacia el uso de la racionalidad instrumentalizadora; pasando por los primeros viajes espaciales, los primeros viajes hacia un mundo exterior desconocido y plagado de reglas no-terrestres; pasando por la expansión del arrojo humano más allá de suelos firmes (hasta Júpiter y más allá); hasta el descubrimiento de lo que está más allá del espacio y el tiempo.

2001, en su totalidad, es una confrontación del hombre con su ímpetu inquisitivo, con su insaciable curiosidad y, finalmente, con la potencialidad pura de su libertad: capaz de reimaginar y re-crear el mundo para bien o capaz de sobreinterpretar y vivir-para-crear-en-el-mundo hasta la autoaniquilación.

Es una confrontación con una obsesión con la perfección instrumental palpable desde el 68. Una confrontación con la ensoñación de anular el error, la falibilidad, la imprecisión. Una confrontación con la hipertecnologización que nos deshumaniza. Con la hipertecnologización que, lejos de envolverse en un ciclo autofágico de desuso, nos va dejando en desuso a nosotros mismos como humanos, nos va volviendo obsoletos, prescindibles y olvidables. Justificables, si acaso, sólo en la gestación de posibilidades que es el no-ser del ser humano.

La obra de Kubrick no es sólo aún impresionante, estéticamente apelativa y tremendamente vigente (aún frente a multiversos, CGIs e innumerables innovaciones para la tecnología cinematográfica); es pertinente frente a un mundo que no ha hecho más que afirmar lo que ya sospechaba la ciencia ficción de los 60s: que la relación entre máquinas y seres humanos revela cada vez más decadentes a los segundos y más poderosas a las primeras y que, aún a monolitos de progreso gnoseológico de distancia, la diferencia evolutiva cualitativa entre simio y hombre (el hambre de dominio primitiva, el instinto animal) es mínima, determinante y liberadora.

Mínima porque aún hoy podemos trazar la Historia de las grandes naciones y las grandes culturas a través de caracteres, emociones, retóricas manipuladoras e impulsos primitivos. Determinante porque la animalidad es tan irrenunciable para el hecho humano como lo es la materialidad, la fisiología y la necesidad. Pero liberadora. Liberadora porque tanto en la cría de aquél homínido primigenio como en el primer llanto de cualquier recién nacido se esconde la absoluta esperanza de la potencialidad.

La potencialidad de una vida que empeore al mundo o la potencialidad de una vida que ayude a mejorarlo. La potencialidad de un creador de errores y horrores propios y ajenos o la potencialidad de un embellecedor del aquí y el ahora que haga más llevadera su hostil naturaleza. La potencialidad de la nada que aspira a ser todo. La potencialidad de un todo actual suspendido por la absoluta indeterminación de la racionalidad nadificadora. La potencialidad de un ser viviente. La potencialidad de un ser humano. La potencialidad de un ser humano viviente que existe.

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