Orden hobbesiano

Durante la pasada edición del Festival de Cine de Venecia, la nueva película de Michel Franco (director mexicano que también ha contado con múltiples reconocimientos en distintas ediciones del Festival de Cine de Cannes durante su carrera), Nuevo Orden, se hizo acreedora al León de Plata – Gran Premio del Jurado; sin embargo, en México se ha topado con múltiples desacreditaciones y señalamientos que encuentran al film como un relato nacido del privilegio y que resulta “insultante”. Un relato que, en el mejor de los casos, revela el “miedo de las clases privilegiadas” por la rebelión de las clases menos favorecidas.

Si bien resulta notorio que la película se divide en personas de tez morena identificadas con roles menos favorecidos socialmente y personas de tez blanca asumidas como personas de la llamada “alta sociedad”, me parece que reducir lo que la cinta nos ofrece a este punto resulta demasiado parcial e inadecuadamente incompleto.

Sí, la nueva cinta de Franco nos enfrenta una vez más con un mundo dividido entre “los que tienen” y “los que no tienen”; pero no se limita a esta dicotomía para establecer a sus actores principales. Hay un tercer protagonista, el más importante para los intereses del film a mi parecer: el brazo legítimamente coercitivo del Estado. Legítimo, que no es lo mismo que cumplidor de su deber y propósito.

Según la teoría política del filósofo inglés Thomas Hobbes, el poder coercitivo del Estado existe como una garantía para que todos los miembros de una sociedad mantengan la paz entre sí y caminen hacia un bien común. Como el límite, violento en caso necesario, ante el que todos los hombres deben detener su naturaleza decadente, proclive a la guerra, proclive a tomar lo deseado aún por la fuerza, en favor de un contrato social aceptado mutuamente.

Un contrato social que evita “la guerra de todos contra todos” provocada por deseos de la voluntad humana (casi infinitos) encontrados y enfrentados en objetos que se pueden obtener sólo de manera finita. Un contrato que, según Hobbes, nace de la desconfianza que propicia la igualdad.

La igualdad entendida como la capacidad de todos y cada uno de los individuos que conforman la sociedad para lanzarse por aquello que desean con igualdad de posibilidades de obtenerlo. En otras palabras, la igualdad entendida como la potencial amenaza en la que se erige cada uno de los seres humanos cuando no existe nada que garantice un estado de justicia y mitigue la pulsión por una competencia persistente.

Pero también, la igualdad entendida como la capacidad de todos estos individuos de renunciar a su derecho de coerción (a su ímpetu por obtener lo deseado aún a través de la guerra) para concederle a “un poder coercitivo” la legitimidad para que “compela a los hombres por igual al cumplimiento de sus pactos, por medio del temor de algún castigo que sea mayor que el beneficio que esperan del quebrantamiento” de un contrato social. En otras palabras, la igualdad entendida como la capacidad de todos los individuos de aceptar un poder coercitivo superior a ellos que garantice el restablecimiento de la confianza entre sujetos, que garantice el respeto a la propiedad privada y, finalmente, que garantice la justicia.

Y hasta aquí, la teoría política de Hobbes podría no sonar nada mal para algunos. ¿Pero en el mundo real?¿en la Latinoamérica que el filósofo europeo del siglo XVII habría sido incapaz de imaginar? ¿en el México de 2021 que nos propone la cinta de Michel Franco?¿Qué teoría vale en un contexto en el que el poder coercitivo del Estado es un ala más de la naturaleza decadente del hombre?

En más de un sentido, Nuevo Orden pone en tela de juicio las bases teóricas del absolutismo político que nos propuso Hobbes en 1651. Absolutismo político que, si bien no es nombrado con todas sus letras en muchos lugares del mundo, sí que está asumido como base conceptual de posteriores constituciones políticas y ejercicios de gobierno.

Con trazos fílmicos finísimos y casi imperceptibles para una mirada ligera, Franco enuncia la desigualdad que impera en la sociedad mexicana contemporánea. Desde la incapacidad de una mujer para disponer de su propio dinero sin permiso de los hombres de su familia, hasta la total invisibilización fáctica que se refleja en el hecho de un grupo de personas de la alta sociedad ignorando por completo al hombre de tez morena que está parado frente a ellos.

Sí, al final la mirada de Franco sobre estas normalizadas tensiones y dinámicas diferenciadoras entre unos y otros grupos sociales puede no ser totalmente objetiva (personalmente no creo que lo sea, aunque creo que sí lo intenta), empero, no deja de hacer patente que la igualdad de condiciones entre individuos que justifica una cierta desconfianza, según Hobbes, no existe en el México del siglo XXI.

Tanto en la cinta de Franco, como en nuestro día a día, se hace patente que quienes forman parte de los sectores sociales menos privilegiados necesitan hacer el doble de esfuerzos para obtener apenas una parte de lo que quienes se encuentran en posiciones privilegiadas logran con, por ejemplo, una simple llamada telefónica. Replegando cualquier indicio de equilibrio a lo más primitivo que tenemos en nosotros, nuestra animalidad.

Pero la cinta del cineasta mexicano, me parece, no se queda ahí. No ensalza ni condena la hipotética rebelión violenta de los menos favorecidos. La enfrenta con un escenario realista. La enfrenta con una subsecuente militarización de la ciudad (del país, se podría inferir). Militarización que, presentada en sus dinámicas humanas primitivas, se exhibe, para Franco, como un indeseable porvenir.

Indeseable porque sólo allí se garantiza un cierto sentido de igualdad. Pero no en favor de alguna justicia o algún bien común; por el contrario, en favor de pilas de cuerpos de tez morena y tez blanca regados por las calles de la Ciudad de México por igual. Indeseable porque en el establecimiento del poder coercitivo absoluto del Estado como la norma convertimos en los verdaderos soberanos a quienes se encargan de ejercer esta facultad de nuestro gobierno; quienes, usted deberá decidir, querido lector, si son los garantes de la justicia que soñaba Hobbes o los individuos falibles, susceptibles a cometer errores, excesos y abusos que provocan la necesidad de un contrato social en primer lugar.

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