Plot twist.

Publicado en Diario Imagen el 25 de marzo de 2020.

Con la suspensión generalizada en la que se encuentran las industrias del cine y el entretenimiento musical en vivo, el camino de esta columna/editorial encontrará en el on demand un modo de acercarse a nuevos contenidos y a algunas historias que, si bien fueron trabajadas en su tiempo, no terminaron por plasmarse aquí hasta ahora.

De ahí que, por el momento, vuelva un poco sobre los pasos de las premiaciones con las que inició este año mientras se confirman los rumores que apuntan a que durante la actual emergencia sanitaria global veremos por este medio los próximos grandes estrenos inicialmente destinados a las salas de cine, o bien, hasta que las condiciones generales del día a día se reestablezcan y nos permitan, con toda normalidad, volver a disfrutar de ese punto de encuentro (presencial, además de tópico y metafórico) que son los espacio-tiempos de entretenimiento común.

Así, decidí acercarme a uno de los contenidos que no tuve la oportunidad de ver en cines este pasado 2019 pero que, ciertamente, se destacó por su nominación como Mejor Guion Original durante la reciente ceremonia de entrega de los Premios Oscar de la Academia. Me refiero a la obra escrita y dirigida por Rian Johnson (conocido por cintas como Brick o Star Wars: El Último Jedi), Knives Out (o Entre navajas y secretos por su título en Latinoamérica).

Una película caracterizada por el misterio, una sofisticada y no siempre obvia visión cómica y la intriga; resuelta y disuelta en los hábiles recursos narrativos visuales y argumentales de su director y escritor que, por si fuera poco, ostenta un reparto de primer nivel con actores como Christopher Plummer, Jamie Lee Curtis, Toni Collete, Katherine Langford (13 Reasons Why), Michael Shannon (The Shape Of Water) y, con las tres actuaciones más destacadas del film, Chris Evans (el ex Capitán América del MCU), Ana de Armas y Daniel Craig (el próximo a retirarse James Bond).

La historia nos sumerge en un Clue de la vida real o en una obra del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle llevada a una destacable, estimulante, efectiva y comunicativa estética cinematográfica que no repara en dar, segundo a segundo, detalles ocultos y pistas de su trama y sus subtramas mientras, como espectadores, tratamos de resolver la muerte de Harlan Thrombey, un exitoso y adinerado escritor de novelas criminales que muere después de la reunión familiar que sirviera para festejar sus 85 años de vida.

Como es lógico, en dichas circunstancias, todos los presentes en aquél festejo (familia y amigos) se convierten en potenciales sospechosos de un hipotético crimen que tendrá en su centro a Benoit Blanc (Craig), un reputado y renombrado investigador que, con la gracia y astucia singular de símiles como Columbo, algunas iteraciones del propio Holmes o hasta Jessica Fletcher (a cuya serie, La Reportera del Crimen, se hace una clara referencia durante la película), se encargará de desenmarañar punto a punto todos los secretos, dinámicas turbias y motivos ocultos de cada uno de los miembros de la familia Thrombey.

La magia detrás de las buenas historias detectivescas y de misterios criminales (y, por implicación, de esta película como una entretenidísima y excelentemente hilada historia misteriosa) se resume en un objetivo patente y dos de sus instancias: la mente y, en específico, sus operaciones psicológicas básicas y sus inferencias lógicas comunes.

Dicho de otro modo, detrás de un buen misterio hay sólidas psicologías, construidas con suficiente calidad, complejidad y profundidad como para mantenerlas dentro del rango de los posibles responsables, y tres operaciones naturales de la inferencia lógica: la inducción, la deducción y, sobre todo, la abducción.

En ambos casos, la consistencia del argumento narrativo descansa en el adecuado empleo bidireccional de estas bases de nuestra estructura mental. No sólo debe haber sólidos motivos psicológicos para cada uno de los personajes implicados en el misterio sino que también debe jugarse efectivamente con la psicología del espectador y, del mismo modo, no sólo deben construirse una serie de eventos que quepan en operaciones lógicas claras y comprensibles sino que deben permitir que el espectador, por sí mismo, haga sus inducciones, sus deducciones y formule sus hipótesis a través de sus abducciones.

Aquí vale hacer un paréntesis para explicar lo que es la abducción lógica que, dentro del lenguaje filosófico, se origina (aunque con algún antecedente en los Primeros Analíticos de Aristóteles) en la obra del filósofo estadounidense del siglo XIX y principios del XX Charles Sanders Peirce, quien dedicara sus investigaciones a desarrollar este concepto que sigue siendo materia de debate a diferentes respectos y en distintos niveles de la discusión académica (en especial en el diálogo que establecen la Lógica y la Filosofía de la Ciencia).

Apegándonos al modo (no plenamente definitivo ni definitorio) en que Peirce concibió esta noción (que se distancia discursivamente del modo en que la filosofía contemporánea debate sobre este concepto), la abducción es un tipo de razonamiento o inferencia no deductiva que tampoco se identifica con la inducción.

Como suele definirse desde la Lógica Clásica, la deducción es el proceso lógico por el que se conoce información de un objeto singular a partir de una noción universal, por ejemplo, dado que sé que todas las manzanas se pudren, puedo inferir que la manzana que tengo frente a mí se pudrirá eventualmente. Y de modo simétrico, siguiendo la noción clásica de la inducción, puedo conocer información de un conjunto de objetos a partir de un singular (que es una de las bases del Método Científico de la Época Moderna); por ejemplo, dado que he constatado en cinco casos distintos que las manzanas se pudren puedo inferir que todas las manzanas se pudren.

Claro, como es natural en la hermosa Historia de la Filosofía, nada de esto está escrito con letras de oro y los alcances y validez de la inducción y la deducción se han visto en múltiples ocasiones y de diferentes maneras cuestionadas, criticadas, modificadas o complementadas. Y es ahí donde entra la propuesta de Peirce, la existencia de una tercera operación inferencial del razonamiento humano: la abducción.

En términos llanos, para Pierce la abducción estaría más emparentada con los descubrimientos y sería el proceso por medio del cual generamos hipótesis. Se trataría, pues, de un proceso racional similar (y en muchas ocasiones previo) a la deducción o a la inducción por medio del cual formamos hipótesis capaces de explicar un cierto fenómeno a partir de un conjunto de datos y descripciones conocidos.

Así, por ejemplo, supongamos que nos encontramos en una habitación de baño que no tiene vista a ningún espacio exterior y, de pronto, escuchamos la caída insistente de una gota de agua. Lo natural sería revisar el grifo del lavabo, la regadera, el inodoro e, incluso, el techo dentro de la habitación para determinar si alguna de esas posibles fuentes de una gotera es el origen de lo que escuchamos. Supongamos ahora que, al revisar todas estas posibilidades, descartamos todas ellas; lo que sigue es formular una hipótesis: ¿de dónde más puede venir la gotera que escucho? Sin la capacidad de verificarlo inmediatamente y siguiendo un conjunto de datos conocidos (a saber, que existen posibles fuentes exteriores para una gotera) podemos abducir que quizá el sonido proviene de una canaleta exterior que no puedo ver pero sí escuchar o que quizá está lloviendo afuera y una gota cae cerca de la habitación en la que me encuentro. Quizá ninguna de las anteriores.

De ahí en adelante, lo que queda es seguir un proceso de verificación mediado por la inducción o la deducción basado en mis hipótesis. Hipótesis que dependen de la abducción: de la suma de una serie de evidencias y conocimientos que, en el centro de su explicación, carecen de una pieza sobre la que, no obstante, yo puedo encontrar y generar información hipotética.

Tal como el propio Blanc dirá en algún momento de Knives Out sobre el misterio que busca resolver con base en hipótesis: “es como una dona”. Tiene un alrededor claro y bien formado que apunta a algo muy específico, a un centro que, a falta de pruebas contundentes, está vacío; que, en consecuencia, no puedo comprobar plenamente pero sobre el que puedo construir una hipótesis casi palpable sobre la que puedo sentirme suficientemente seguro.

Y esa, justamente, es la magia del misterio y de esta película. Que las respuestas concretas requieren de posteriores y consiguientes investigaciones y verificaciones. Que la trama es como sus hipótesis, como una veleta siempre dispuesta a dar el próximo plot twist (el giro argumental) que mantenga vivo el misterio, o bien, que lo resuelva.

Quizá por ello, con el afán de extender el misterio, en mi modo de sobreinterpretar las cosas y como una hipótesis mía producto de mi inquieta inventiva y mi propia abducción lógica, encontré una idea inquietante sobre el responsable de la muerte de Harlan Thrombey.

En mi teoría, el asesino no sería la respuesta obvia, no sería quien la película nos señala como el responsable. Yo creo que existe un plot twist extra sugerido por el director de la cinta que se evidencia en algunos movimientos de cámara y encuadres específicos, en diálogos muy puntuales, en ciertos simbolismos con más significado del aparente y en algunas inexplicables coincidencias y detalles. Todas ellas, pistas y pautas sutiles que nos da Rian Johnson para contarnos una historia paralela casi secreta que apunta, según mi conjetura, a una sola persona de la que sólo diré una cosa: quien parece ser más confiable, es la persona más culpable, quien queda en la mejor posición y quien gana el juego. 

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