Todos los honores

Hace un año llegaba a su fin la tercera y penúltima temporada de la aclamada serie de comedia y drama, Barry. En aquél entonces reflexionaba sobre el modo en que Barry Berkman —protagonista del show— representaba una cultura de guerra, violencia y armas que persiste más allá del campo de batalla en los individuos que llevan a cuestas los horrores del belicismo: la causa de una escisión irreconciliable para los veteranos de guerra; la división entre el buen humano que quieren ser —en su reintegración social— y el humano que han sido —en la inmoralidad de la guerra.

Ahora, el aclamado show de televisión concluye su cuarta y última temporada en una nota oscurísima que redondea el discurso de esta historia. Se cierra la historia del veterano de guerra y asesino a sueldo transformado en aspirante a actor con una sobreposición entre los dos ejes temáticos del programa de HBO: la cultura de las armas, la guerra y la violencia y la espectacularización de la realidad y sus horrores a través de Hollywood.

Se engendra, así, un concepto general que revela aquello de lo que siempre se trató Barry: las historias que nos contamos a nosotros mismos, los mitos que erigimos para soportarnos y la mitología evasionista que se perpetúa en los ídolos hollywoodenses y del entretenimiento en general.

A lo largo de sus cuatro temporadas de duración, la evolución de Barry da testimonio del contexto histórico y social en el que la serie fue estrenando sus capítulos y mutando su carácter narrativo.

El show inició en 2018, a mediados del mandato de Donald Trump en los Estados Unidos y en medio de un clima político que reivindicaba el núcleo ideológico estadounidense republicano —y sus compromisos temáticos como, por ejemplo, su defensa del derecho a la libre posesión de armas. En otras palabras, en medio de un contexto político y social que parecía abrazar la imagen idealizada del veterano de guerra y de la cultura del belicismo características de aquel país. En aquel momento, la serie entra a través de la comedia, el drama y el thriller al análisis de un hombre roto por el estrés post traumático de la guerra.

Para 2019, la segunda temporada del show avanzaría a una caracterización cada vez más cruda de su protagonista; en esta ocasión desde el ángulo de un hombre patético que no es capaz de superar su frío carácter de insensible asesino pero que genuinamente quiere ser mejor persona.

Para 2022 —ya en el contexto post-pandemia y post-Trump—, Barry Berkman estalla en su completa oscuridad. El simpático y descontrolado veterano de guerra que quiere ser una mejor persona a través de la actuación, se revela como un indolente asesino que, más bien, busca en la actuación una vía de escape para el horror, el terror y la inmoralidad que encarna. Barry Berkman se quita todas las máscaras de teatro y nos presenta a un hombre aprisionado por la brutal violencia que ha ejercido a lo largo de su vida.

Y así, llegamos a 2023 y la cuarta temporada de Barry. Una historia que ve a Berkman enfrentado con las consecuencias de sus actos y en la que cabría esperar una redención del personaje —como la que tuvieran “villanos” como Saul Goodman—; sin embargo, con el característico talante impredecible del show protagonizado y dirigido por Bill Hader, pronto descubriremos que Barry no es ese tipo de historia.

El último acto de la farsa encarnada por Barry Berkman verá al asesino a sueldo convertirse en una versión totalmente distinta de sí: el evasor, Clark. Un prófugo de la justicia que evade la responsabilidad de su actuar a través de la creación de una vida nueva —en un nuevo lugar, con un nuevo nombre e inventándose una nueva identidad— sustentada en el simple fingimiento de que nada pasó —el fingimiento negador de su oscuro pasado y su estatus de criminal prófugo.

Clark —el alter ego de Barry— es un hombre profundamente cristiano que recurre a la religión como un camino de autoengaño. Un hombre que toma de la religión lo que le acomode a la imagen de sí mismo que quiere sostener. Un hombre que poca atención le pone a los mandatos morales de su nueva fe y que tergiversa el mensaje de la Escritura para justificar su actuar —incluso sus ímpetus asesinos.

Clark moldea la realidad a su gusto, construye relatos y dinámicas que sustenten una imagen heroica de sí mismo. Se autoengaña a niveles demenciales. Clark es el papel mejor interpretado por Berkman.

Y en ese mundo de mentiras, de verdades a medias y de identidades acomodaticias, Clark cría a su único hijo. Alejándolo de todo aquello que se parezca al Barry Berkman que sepultó en su pasado y creando una falsa imagen de sí mismo en la memoria, el corazón y el alma de su primogénito.

Ante esto, la respuesta del anhelado Hollywood de Berkman y su novia (Sally Reed) será una película que cuente “la historia real” del desaparecido asesino. La respuesta del mundo del entretenimiento ante un monstruo de la vida real como Berkman será su glorificación a través de la espectacularización de sus viles actos.

De este modo, Barry amarrará sus hilos directrices en el contraste entre la mentira que un asesino se cuenta a sí mismo para no enfrentar la verdad de sus actos y la mentirosa glorificación mercantilera de un monstruo de la vida real a través de la peor versión de los espejismos de Hollywood. Lo poético aquí, quizá, será que los dos hilos se convierten en un mismo nudo.

Con Barry, Bill Hader y Alec Berg —creadores del show— presentarán la historia de un soldado sepultado y celebrado con todos los honores de su veteranía. La historia de un héroe nacional construido por las tergiversaciones mágicas de la pantalla hollywoodense. La historia del hombre que Barry Berkman habría querido que el mundo recordara.

Pero, sobre todo, Hader y Berg mostrarán cómo ésta historia presentada por el entretenimiento es, en esencia, una mentira que enaltece a un hombre que, en el momento decisivo de su vida, fue incapaz de hacerse responsable de sus propios actos. Incapaz de hacerse responsable de las muertes perpetradas, de las vidas destruidas, del dolor provocado y de la tragedia encarnada.

Un hombre que convirtió en su mejor actuación a su vida diaria: incapacitándose a sí mismo para ver detrás de las miles de máscaras que se construyó a lo largo de una vida de armas, guerra y violencia.

En conclusión, lo que Barry propone es una pregunta por los mitos que erigimos a través de la espectacularización de la violencia y, más que todo, refrenda que una robusta cultura del belicismo y las armas está, en el fondo, sustentada sobre la glorificación de hombres que, quizá, no hicieron más que mentirse a sí mismos hasta el último de sus suspiros.

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