Tragicomedia empresarial

En la Literatura Inglesa, el tópico de las sucesiones, las intrigas palaciegas y las batallas monárquicas aparece como un eje narrativo que relata una Historia constante de traiciones, manipulaciones, persuasiones, romances, heroísmos, artimañas, tragedias y comedia. Casi como el reflejo de una identidad y la recurrencia de ciertas formas y los vicios que le vienen adheridos.

En ese contexto, la obra de Shakespeare resulta ser una síntesis y una recomposición de un folklor particular que, en el caso del canónico y brillante escritor, escala a la dimensión de la perfilación de una idiosincrasia arraigada en la cultura anglosajona expresada a través de los derivados y legados de ésta.

Desde allí se explica una parte de la fascinación casi instantánea que ha provocado “uno de los mejores shows de televisión de la historia” en los últimos años: Succession o Sucesión. Precisamente como una reformulación y actualización de un lugar recurrente de las narrativas anglosajonas cargada de un profundo espíritu shakespeariano-teatral que resuena en el ideario estadounidense y británico.

Una historia profundamente clásica que, sin embargo, se sitúa en el mundo contemporáneo y en las usanzas de la vida corporativa de los grandes conglomerados estadounidenses. Una historia de intriga de sucesión al trono en la que nadie será coronado rey de ninguna patria sino CEO de una megaempresa billonaria.

Así, Succession nos presenta una ficcionalización de la actualidad del mundo de la alta empresa y sus íntimas relaciones con la política y la sociedad a través de las dinámicas interpersonales de una familia: Logan Roy, fundador y padre; y sus tres hijos candidatos al “trono” —al título de CEO de Waystar-Royco, su empresa—, Kendall, Siobhan y Roman.

Con ese punto de partida —al que muchos críticos han apuntado como un símil inspirado en El rey Lear de Shakespeare —, Sucesión tejerá un relato a veces trágico, a veces cómico-satírico, que buscará dar con el heredero idóneo de un hombre que representa los valores hegemónicos del poder en el siglo XX.

Un hombre —Logan Roy— indolente, sin fallas, que siempre gana y que está dispuesto a hacer lo que sea necesario con tal de seguir siendo un magnate de los medios de comunicación, el entretenimiento y las experiencias vacacionales. Un padre cruel, despiadado, indiferente, exigente y asfixiante que balanceará a sus hijos en una delgada cuerda entre la escasa aprobación ocasional y la constante reprobación. Un afecto condicionado a un implacable sentido del “instinto asesino” que se requiere para triunfar en las más altas esferas del mundo de los negocios.

En consecuencia, Kendall, Shiv y Roman se convertirán en contendientes perpetuos por la aprobación y el afecto paterno. La contraparte de una revelación de la intimidad de estos personajes que se disfrazará de un deseo irracional y extremo por convertirse en el CEO de la empresa familiar —como si con ello el anhelado amor de papá se hiciera patente.

Así, se desenvolverá la otra parte de la fascinación que esta serie ha creado entre televidentes y críticos especializados: su excelencia técnica.

Prácticamente toda la serie transcurre en escenas de diálogo entre dos o más personajes. En principio, en Succession, no hay acción ni grandes estridencias ni acrobacias que creen la ilusión de un gran acontecimiento. Sucesión transcurre entre diálogos y sutilezas. En conversaciones que parecen tratar de una cosa pero que, en los contextos provistos por el show, adquieren otro sentido. En conversaciones que, como en un juego de ajedrez, van construyendo las pinceladas de una jugada maestra.

Cada personaje tendrá sus motivos y estrategias para hacerse con el poder. Cada personaje moverá sus hilos y se enfrentará en franca rivalidad con uno o más de sus contrincantes. Pero todo sucederá en cocteles, fiestas, reuniones familiares o llamadas telefónicas. Todo sucederá sin mayores aspavientos que los generados por lo que se está diciendo y cómo se está diciendo.

Y allí cobrará sentido el estilo fílmico de la serie. Una cámara en mano que emulará los movimientos de un ojo humano. Un lente que nos presentará estas reuniones, estas discusiones y estas llamadas telefónicas como si nosotros estuviéramos en la habitación misma en la que están sucediendo.

Una textura dinámica que creará la ilusión de una grabación personal, casi un reality show en el que estamos atestiguando los embates, los ires y venires y los pleitos de una familia que resulta ser la dueña de uno de los canales de televisión más importante de los Estados Unidos y una de las cadenas de entretenimiento más importantes del mundo.

Cabe resaltar, también, un trabajo de musicalización impecable y actuaciones comprometidísimas que darán vida a esta sátira-tragedia. El primero, a través de una música que suena digna de la realeza pero que contrasta poderosamente con la bajeza, la mundanidad y la poquedad de los Roy como mandamases. Las segundas, como el alma y corazón de esta serie televisiva; un hito de dirección actoral e interpretaciones histriónicas que requieren ser vistas antes que ser descritas porque constituyen por sí mismas —cada una de ellas— un valor artístico único.

Y así, a grandes rasgos, se formula el espejo cinematográfico creado por Jesse Armostrong y recurrentemente dirigido por Mark Mylod. Un espejo que nos devuelve la imagen de los grandes imperios de nuestros días: los imperios de quienes dominan el mundo del capital y quienes habitan con comodidad sus crueles, frías e inhumanas cotidianidades.

Los imperios de influencia política, social y mediática que tienen a los dirigentes del mundo a su disposición —“papá derrocó a un gobierno con un fax”, dirá, a propósito, uno de los hijos de Logan Roy—; los imperios que crea el dinero; los imperios de empresas que tienen más riqueza que naciones enteras; los imperios que se erigen por encima de la ley o, cuando menos, por encima de quienes la deben hacer efectiva y que se convierten en auténticos dueños del mundo.

Así, entonces, Succession actualizará los tópicos clásicos shakespearianos de la intriga monárquica y sus tragedias y sátiras para transportarlos a la tragedia del mundo contemporáneo —dominado por sus cabezas monetarias—, la sátira de la ineptitud de quienes heredan el poder —hijos incompetentes de empresarios despiadados— y la cerrazón de un sistema de poder construido en la crueldad y la deshumanización —construido en las relaciones imperfectas entre humanos viciosos que ven a todo a su alrededor como meros objetos; incluidos sus propios hijos, hermanos y padres.

Al final, con un espíritu shakespeariano profundo Sucesión evidenciará las estructuras traicioneras, acomodaticias y estratégicas del día a día de las altas esferas del poder empresarial donde el arribismo es rey.

Evidenciará el vicio recurrente de las altas esferas por convertir sus riñas personales en destinos sociales y políticos y apuntará a la absurdidad de un mundo puesto en manos de niños berrinchudos, caprichosos e incompetentes disfrazados de grandes empresarios.

Subrayará en términos contemporáneos lo que Shakespeare ya expresaba en sus tragicomedias: la lucha por el poder es una cómica rabieta absurda que tiene la trágica consecuencia de influir en nuestras vidas.

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