Transhumanismo y evolución

“Lo que me impresiona es que todos creen que [los seres humanos, los homo sapiens] siempre vamos a ser así”, me dijo alguna vez con un cierto grado de frustración un querido amigo genetista. Su comentario dentro de nuestra conversación refería al hecho de que como productos de un largo y constante proceso de evolución las probabilidades apuntan a que, algún día —en un desarrollo que requerirá sus cientos de miles de años—, lo que conocemos como especie humana mutará a algo más, a una especie diferente de nuestro género homínido.

Que, si seguimos la lógica de nuestro desarrollo biológico, la conclusión más clara es que lo que somos hoy en día deberá —a través de siglos de evolución— adaptarse a nuevas condiciones y necesidades que el futuro pueda tener para nosotros. Que el hombre, desde el frío ojo de su corporeidad, no es un objeto terminado.

Para algunos filósofos y científicos, el motor de este cambio de estructura fisiológica no serán los lentos y funcionales procesos de la evolución sino, por el contrario, las propias capacidades, invenciones y tecnologías que el ser humano se aplique a sí mismo para poder “trascenderse” —ya sea por la vía de órganos artificiales, implantes mecánicos, expansiones de la capacidad mental, optimizaciones robóticas del cuerpo humano, preservación de la conciencia en forma de cadenas de información y cuantos escenarios sean accesibles a la imaginación, la inventiva y, más importante, la creación humana. Para algunos intelectuales y académicos el paso que sigue al homo sapiens es el transhumanismo: la mejora de la especie biológica de los seres humanos a través de su manipulación tecnológica.

Ya sea por medio de nuestra viva y cambiante estructura biológica o por medio de nuestra hipotética capacidad de manipularla hasta transformarla, el caso es que ambas propuestas apuntan en la dirección de una pregunta intrigante y compleja: ¿qué vendrá después del homo sapiens?

Con su singular despliegue de estética cinematográfica, un toque de gore seductor, algo de ciencia ficción, cierto halo de cine noir y una potente reflexión filosófica expresada en los términos del género del body horror u horror corporal, David Cronenberg parte de ésta pregunta para trazar una imagen distópica del ser humano y su potencial evolución biológica en Crimes of the Future o Crímenes del futuro.

El regreso del aclamado director al género fílmico que encumbró su carrera durante los años 80 y 90 con películas como Videodrome, La Mosca o Crash sucede con una expresividad categórica. Con una contundencia segura que aborda desde la experiencia la necesidad de transmitir un mensaje poderoso y, al tiempo, provocar y retar a su público con imágenes grotescas y bellas a la vez, viscerales y eróticas, crudas e íntimas.

Su trama se sitúa en un futuro distópico —alienado, desensibilizado, lúgubre— en el que los seres humanos han sucumbido a dos efectos atroces de la contaminación y el cambio climático: la desaparición del dolor físico —en un cuerpo físicamente anestesiado— y la presencia de enfermedades infecciosas en la gran mayoría de la población mundial. En este mundo, algunos individuos desarrollan un “síndrome de evolución acelerada” que provoca que sus cuerpos generen nuevos órganos internos, mismos que, en apariencia, no tienen ninguna utilidad —se comparan incluso con tumores— pero que encienden las alarmas de los gobiernos preocupados por “preservar la naturaleza humana tal y como siempre ha sido”.

Uno de estos individuos es el artista Saul Tesner (Viggo Mortensen) quien junto con su asistente y compañera Caprice (Léa Seydoux) ha desarrollado un concepto de performance —un tipo de actividad artística caracterizada por la improvisación, la espontaneidad y la intervención relativa o fáctica del espectador— en el que ella tatúa los órganos generados por Saul mientras éstos se encuentran aún dentro de su cuerpo para después extraerlos frente a un involucrado público.

El lema de estas presentaciones será “la cirugía es el nuevo sexo”, estableciendo con ello un concepto de intimidad que trasciende al placer —y al dolor— corporal. Desatando, con el incisivo ojo de Cronenberg, una serie de estimulantes secuencias que, por inverosímil que parezca, encontrarán un punto en común entre el erotismo y lo grotesco, entre los horrores del cuerpo y la sensualidad primitiva de la intimidad.

En este contexto, Tesner se acercará a otros individuos como él, otros humanos generadores de nuevos órganos, junto a los que explorará la posibilidad de que eso que su sociedad ve como una rareza o, incluso, una amenaza sea, en realidad, el principio de un nuevo paso en la evolución biológica —distópica— de un sistema de organización humana al que no le queda más que sucumbir a la reapropiación de sus atrocidades, a, por ejemplo, la nutrición de los nuevos humanos a través de los desechos plásticos que generan.

En la Historia de la Filosofía, la relación entre cuerpo y alma —o mente o psique o conciencia subjetiva— ha sido siempre un problema; atacado fundamentalmente desde dos posturas, monista —el humano es sólo su cuerpo o el humano es sólo su alma— o dualista —el humano es su cuerpo y su alma—, que además se enfrentan a la cuestión de definir cuál es la relación entre estos dos elementos si es que ambos existen —si el alma y el cuerpo están sincronizados o si son un díptico separado o si son una dicotomía en cuyo centro radica un conflicto interminable. Un problema en cuyo centro se encuentra la pregunta ¿qué es el ser humano?, ¿qué es el homo sapiens?

Pregunta que se complica aún más cuando consideramos que el humano como lo conocemos es sólo un paso dentro de un hipotético esquema futuro de evolución. Evolución a la que, sin reparos, se le asigna una valoración positiva, o bien, una sinonimia de progreso. Evolución a la que se le apuesta con ensoñación como si en ella se encontrara la superación de todos los males que nos aquejan como grupo, como humanidad.

Desde una caracterización neutral la evolución debe entenderse no como un camino de mejoramiento sino, simplemente, como un camino de adaptación. Un proceso de mutación que permite a un ser biológico relacionarse de una manera provechosa y óptima con su entorno. Un proceso en el que el momento 2 no es, por sí mismo, mejor que el momento 1; en el que ambos escenarios son simplemente diferentes.

Ya sea por medio de nuestra viva y cambiante estructura biológica o por medio de nuestra hipotética capacidad de manipularla hasta transformarla, la pregunta persiste: ¿qué vendrá después del homo sapiens?

La respuesta de Cronenberg, con su gore, con su erotismo, con su intimidad, con su ciencia ficción, con su corazón distópico, con su oscuridad, con su intriga investigativa, es que no importa lo que venga después. Que aun cuando podamos considerarlo mejor o peor que lo que somos hoy no escapará de la trágica espiral de nuestro mundo. Que después de lo que entendemos hoy como cuerpo vendrá el eterno retorno de nuestros prejuicios, de nuestros miedos, de nuestros vicios. Que no importa qué o cómo sea nuestra corporeidad en el futuro porque no hará diferencia siempre que sigamos cometiendo el crimen de negar nuestra propia naturaleza.

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