Tres en uno y una en el multiverso

Con el mogúl del entretenimiento en que se ha convertido Marvel Studios —que a su vez forma parte de un imperio aún más grande: el de The Walt Disney Company—, era cuestión de tiempo para que dos o más de sus lanzamientos empalmaran sus puntos climáticos en una misma semana. Así sucedió con el final de Moon Knight en los hogares vía Disney+ y con Doctor Strange en el Multiverso de la Locura en las salas de cine.

La coincidencia llega en un momento peculiar del desarrollo de esta macrohistoria interconectada: por un lado, pertenece a un momento cada vez más dominado por criterios de rentabilidad y expansionismo comercial y, por el otro, continúa con una creciente tendencia de los contenidos del MCU por explorar nuevas maneras de presentar su narrativa y una tendencia por robustecer su multiverso sin que se deje en claro un punto de síntesis próximo —como los que, en su momento, fueron cada una de las entregas de los Avengers.

De este modo, con una historia contenida en sí misma —Moon Knight— y con una película que no decepciona en las áreas de cameos, easter eggs e insinuaciones menores —Doctor Strange and the Multiverse of Madness—; el MCU se siente sin un rumbo claro y, por lo mismo, sin un discurso rector —que, no obstante, tiene muy bien dibujados sus límites y sus posturas multiculturalistas y liberales.

La ya famosa “fórmula Marvel” se replica sin errores y con efectividad una y otra vez en los contenidos recientes del estudio sin que por ello se haya avanzado significativamente en una trama y una propuesta concreta. Se nos promete un multiverso, cada vez más presente y siempre intrigante, pero que no termina por establecer una directriz. Muchas series, mucho entretenimiento y cada vez más plataformas para conocer este mundo magnificado de los cómics pero poco más que fan service bien racionado y bien presentado.

Y, claro, quienes somos consumidores asiduos de este tipo de entretenimiento, entendemos el tipo de películas que estamos yendo a ver: esto no es arte en su más alta y purista expresión, esto es un tipo de entretenimiento popular, de alto presupuesto —con efectos especiales alucinantes, actores bien conocidos, con juegos entre la fantasía, la ciencia ficción y con muchísimo bagaje del cómic clásico— dirigido a las masas y preocupado, en primer lugar, por la venta de boletos y las suscripciones de streaming.

Pero, con todo, había cierta consistencia en este Universo Cinematográfico que se ha diluido en una vaguedad propiciada por una sobreexplotación del mismo recurso. Cada vez más series y películas, todas con referencias a otras series y películas, que parecen dejar en segundo plano la serie o película que estás viendo en este preciso momento.

Sin embargo, lo más sorprendente es que, hasta ahora, la maquinaria sigue funcionando. Las series y películas siguen siendo, en el peor de los casos, cumplidoras, suficientes, adecuadas. Los ojos —mis ojos— no se apartan de ahí y no dejan de alimentar este macrorelato; ¿por qué?

Analizando los dos productos más recientes del MCU, los que abren la gran época de estrenos que es la primavera-verano, nos encontramos con dos intentos por transportar las formas y fórmulas de Marvel Studios a nuevos territorios, o bien, a nuevos escenarios.

Moon Knight, por ejemplo, es el primer contenido del estudio que no emplea un cameo o la aparición de algún personaje conocido del MCU para conectarse con la macrohistoria que dirige a este concepto de entretenimiento. Hay, como siempre, referencias a escenarios, ciudades o eventos que se comparten en este Universo pero ningún momento puntual. Se ostenta como una historia en sí misma que, al menos hasta hoy se asegura, no tendrá nuevas entregas futuras.

En lo técnico, la serie hace un excelente trabajo trayendo a la vida el universo de Marc Spector y su trastorno de personalidad múltiple. Sobre todo, recreando los escenarios del Antiguo Egipto y la mitología egipcia; sobre todo, trayendo, con el infaltable CGI, reimaginaciones de los dioses egipcios a una batalla terrenal entre el bien y el mal. En lo actoral, el trabajo de Oscar Isaac es especialmente destacable.

En lo narrativo-discursivo, los elementos de partida son ricos por sí mismos: la historia de un hombre con trastorno de personalidad múltiple que adquiere superpoderes convirtiéndose en el avatar de carne y hueso del dios Khonshu, dios de la luna. Una historia ingeniosamente narrada, que juega con el punto de vista del espectador para irnos revelando de a pocos los secretos de una mente en la que habitan dos —quizá tres o más— personas; la confusa y angustiante pugna entre dos —o más— personalidades y un dios —y sus múltiples alter egos—por habitar el mismo cuerpo. La historia de Marc Spector, Moon Knight, Steven Grant, Mr. Knight, Khonshu y alguna entidad más mientras comparten un mismo cuerpo y un mismo impulso por ser un superhéroe — ¿o antihéroe?

En una lectura poco más profunda, una historia de aceptación íntima. De reconciliación personal y de autodescubrimiento. Un relato sobre el enfrentamiento con las partes problemáticas del yo como medio para una integridad y un bienestar del propio ser. Un relato sobre el gran misterio interior y las consecuencias de ir tras sus pistas.

Por otro lado, Doctor Strange y el Multiverso de la Locura llega a las salas de cine rompiendo taquillas. Tras ser prometida como la gran continuación del “happy to serve you” de Spider-Man: No Way Home y como un primer buen vistazo al multiverso, la nueva película de Marvel Studios cumple con su cuota de entretenimiento y momentos emocionantes pero no contribuye significativamente a una narrativa ulterior. Incluso, señalan algunos, privilegia el arco narrativo de Wanda Maximoff o La Bruja Escarlata y sus desventuras en WandaVision más que dar seguimiento a la historia de Stephen Strange, o bien, explicar más y mejor la dirección a la que se dirige el Multiverso Marvel.

En lo técnico, la cinta aprovecha de manera fenomenal la oportunidad de desplegar efectos especiales a diestra y siniestra a propósito de una nueva aventura del ex Hechicero Supremo. Los viajes intermultiversales y las maneras estimulantes en las que se ponen en pantalla valen por sí mismas la asistencia al cine. Las batallas de alto presupuesto, los recursos estéticos y los cameos subrayan la efectividad del producto.

En lo narrativo-discursivo, la película se beneficia de la dirección de Sam Reimi —responsable de la trilogía del Hombre Araña de los años 2000— que logra jugar con elementos oscuros, de horror y terror sin olvidarse de que está haciendo una película de superhéroes y sin escalar aquellos elementos lúgubres a un nivel insoportable para un niño —como los principales integrantes del público objetivo de las ventas de juguetes de Marvel Studios.

Un trabajo adecuado, funcional pero que evidencia la desventaja estructural de un universo narrativo de infinitas posibilidades: “en un multiverso infinito hay una solución para cada problema”, dirá Wanda Maximoff; en un multiverso de infinitas posibilidades, todo vale; cualquier evento es reversible, solucionable, olvidable, minimizable. En un multiverso infinito cada paso cobra mayor irrelevancia.

En una lectura poco más profunda, el Multiverso de la Locura es una película sobre el duelo y las consecuencias negativas de abrazar al dolor como consejero. Construye una figura simétricamente opuesta a la historia de Moon Knight: mientras allá atendemos a la pugna de múltiples entidades peleando al interior de una psique; acá atendemos al conflicto de una madre que desea recuperar a sus hijos, a una misma entidad —Wanda— intentando ser múltiples personas —intentando ser todas las otras Wandas del multiverso que no han perdido a sus hijos— mientras Strange —al fondo de su propia película— intenta detenerla y proteger a una viajera del multiverso —la primer heroína mexicoestadounidense del MCU, América Chávez, Miss America.

Planeada o no, la coincidencia simétricamente opuesta de los dos contenidos más recientes del MCU revelan un cierto estado de la cuestión general que he afirmado en varios textos anteriores: que la mitología moderna —toda la parafernalia alrededor de superhéroes y figuras suprahuamanas del entretenimiento masivo— es un reflejo del momento específico en el que vivimos y que es un llamado puntual a una cierta reflexión filosófica proporcional a éste.

La coincidencia revela que en el multiverso todo es posible, que la oposición —y la contradicción— pueden coexistir en el mismo concepto general. Revela que todo, dentro de un macrorelato así, pierde significado trascendental. Una muerte puede echarse para atrás, un macroevento como el que le costó a Marvel Studios diez años de desarrollo puede desvanecerse, “para cualquier problema hay una solución”.

La coincidencia revela lo que ya sabíamos: que para Marvel Studios lo que importa es la comercialización de los productos y propiedades intelectuales de las que ellos son dueños. Lo que importa es contar una historia que, más que relevante, tiene que ser duradera. Una historia que el multiverso con su carga constante de insignificado puede sostener, perfectamente, por otros diez o veinte años.

Hasta ahora, la maquinaria sigue funcionando. Las series y películas del MCU siguen siendo, en el peor de los casos, cumplidoras, suficientes, adecuadas, entretenidas. Los ojos —mis ojos— no se apartan de ahí y no dejan de alimentar este macrorelato; ¿por qué?

Quizá por mero morbo o intriga, por las ganas de saber qué pasará después. Quizá por las bien desarrolladas y puntuales estrategias mercadotécnicas con las que se sostiene una industria de cientos de millones de dólares. Quizá porque siempre es un consuelo ver a “el bien” vencer sobre “el mal”.

¿Qué refleja de nosotros un producto industrial de consumo masivo que se va despojando, cada vez más, de las notas de significado que tenía? ¿Qué refleja de nosotros un megaproducto que se va diluyendo en intrascendencia pero que, aun así, nos tiene dispuestos a pagar por él? ¿Será que a la mitología moderna y al llamado a pensar se los está comiendo el consumismo?

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