Una filosofía del skate

Nunca fui especialmente hábil para los deportes de riesgo controlado. No sé andar en bicicleta, no sé usar patines y mucho menos patineta. Nunca tuve la paciencia, la confianza, la resistencia, la perseverancia y el carácter específico que se necesita para estas actividades extremas.

Con todo, allá por finales de los 90s y principios de los 2000s —cuando crecí—existió un fervor especial por actividades irreverentes, destructoras, arriesgadas, dignas de una juventud inquieta en la que cada vez crecía una percepción más aceptable e imitable —cool— sobre ejemplos de un inocente “vandalismo” que se limitaba, básicamente, a pasear por calles y parques haciendo travesuras ingenuas. Se limitaba —en mi caso— a escuchar un poco de metal, nu metal, punk, happy punk y ska; pasear con los amigos mientras hacíamos chistes, conversábamos sobre lo que nos gustaba y compartíamos brevemente uno que otro problema que tuviéramos en casa o en la escuela.

En mi infancia, esta tendencia tuvo la forma de un auge del skate en medios televisivos —con shows infantiles como Rocket Power o shows para adolescentes y adultos como Jackass o Wildboyz— y en los videojuegos —mi medio personal para experimentar el skate, en simulación.  En específico a través de un título que arrasó con las ventas de la época y con el que aún hoy guardo una relación especial —me recuerda otras épocas con mi hermano, una vida menos problemática y, también, una que otra tragedia puberal: Tony Hawk’s Pro Skater.

Mi primera noticia sobre los deportes extremos, sobre la cultura de ese “vandalismo” rebelde de tomar una patineta y salir a recorrer una ciudad llena de potenciales rampas, barandales y medios tubos. Sobre las bandas que musicalizaban aquel movimiento: AC/DC, Sex Pistols, Reel Big Fish, Primus, The Ramones, N.W.A., Rage Against The Machine, Less Than Jake, Kiss, Bad Religion, Papa Roach, Red Hot Chilli Peppers, System Of A Down, Iron Maiden y un largo etcétera. La razón, entre otras, que llevó a mi hermano a practicar brevemente esta disciplina: él sí dispuesto a caerse una y otra vez, golpearse una y otra vez, con tal de lograr un truco.

Y es que, al parecer, es precisamente esa actitud la que se convierte en el punto medular del skate y de otras disciplinas similares: la resiliencia. La actitud retadora de vencerse a uno mismo constantemente. La capacidad de derrotarse uno mismo, una y otra vez, con tal de lograr ejecutar con un cuerpo y una tabla las acrobacias inverosímiles que la mente es capaz de imaginar y que de manera aún más increíble sólo algunos logran realizar.

Ese eje discursivo es el fondo temático del nuevo documental de HBO Max dedicado a la vida y carrera de su más prominente figura, Tony Hawk; dirigido por Sam Jones: Tony Hawk: Untill The Wheels Fall Off o Tony Hawk: hasta que las ruedas aguanten.

El film narra la historia personal y profesional del popular skater estadounidense con la ayuda de materiales audiovisuales inéditos y con los testimonios del propio Hawk, su familia y colegas —entre quienes destacan rivales y amigos como Rodney Mullen, Lance Mountain, Christian Hosoi, Steve Caballero y Duane Peters.

El documental, muy completo, recorre los primeros torneos del patinador durante los años 80s y aún en su infancia, la posterior consolidación de su carrera como referente del movimiento skate de la época, su influencia en las primeras formas del género de los videos caseros de patinaje, su posterior popularización a través del auge de los deportes extremos, su influencia como inventor de más de 100 trucos dentro de su deporte y hasta su relevancia para que el skate haya sido catalogado recientemente como deporte olímpico.

Con un tono por momentos melodramático, por momentos emotivo y, en sus mejores momentos, franco; el documental construye, a través de Hawk, una reflexión sobre la insistencia y el compromiso de quienes se dedican a este deporte. Un cuestionamiento y una demostración de la fortaleza mental de quienes están dispuestos a recibir un golpe tras otro, a levantarse de una caída tras otra, con el mero objetivo de intentar algo, de probar un experimento propio. De probarse a sí mismos; en una expresión artística del propio ser.

El compromiso de un Tony Hawk que aún a sus 57 años sigue patinando cuatro veces por semana, enfrentándose a rampas de metros y metros de altura, soportando caídas aparatosas, contusiones y rupturas de huesos. El compromiso de los últimos eslabones de un tipo de rebeldía juvenil que se niega a dejar de ser quienes siempre fueron.

La reflexión alcanza momentos inauditos, impresionantes: “somos abuelos cayendo de decenas de metros de altura”, dirá Lance Mountain; “es estúpido y absurdo tomar los riesgos que tomamos […] me encantaría poder explicarles el modo en que me expreso a través del skate […] tengo el privilegio de dedicarme a lo que amo en la vida, las fracturas, los accidentes, las contusiones, son el precio de ello”, dirá Rodney Mullen; “patinaremos hasta que se caigan las ruedas de nuestras tablas”, rematará.

Develando la historia de su exponente más popular, la colección de skaters veteranos que congrega Sam Jones construirá una toma de conciencia sobre el movimiento de expresión, liberación personal y rebeldía que ellos se encargaron de fraguar durante más de tres décadas de trabajo. Se construirá una demostración de que esa especie de autodestrucción paulatina es, también, una forma de hacerse arte uno mismo. De elevar la experiencia personal a algo más, a algo que tiene —en los propios ojos— un significado trascendental. Una manera de enfrentar las emociones, una manera de enfrentar el dolor, una manera de conquistarse a uno mismo, un modo de construirse: de hacerse pedazos para erigirse. Un modo de enfrentarse a la vida misma.

Nunca entendí por qué mi hermano disfrutaba tanto toparse una y otra vez con la misma pared, caerse una y otra vez, raspar sus rodillas o sus codos: todo por dominarse a sí mismo sobre una tabla. Yo nunca tuve ese carácter; mis destrucciones y mis regeneraciones son distintas, menos físicas —creo. Nunca tuve esa perseverancia y esa resiliencia específicas.

Con todo, aprendí de él, aprendí de Tony Hawk y sus colegas, aprendí de la rebeldía skate. Abracé el amor a la libertad, abracé el amor a expresarse a través del propio arte —por autodestructivo que pareciera—, abracé el compromiso de hacer lo que se ama con una persistencia que raya en la necedad. Le debo mucho punk al skate, mucha actitud “hazlo a tu manera”. Le debo horas de música y entretenimiento.

Me acerqué al documental de Sam Jones esperando aprender algo más sobre Tony Hawk, revivir algo de nostalgia sobre sus apariciones en Los Simpsons, en MTV o en los videojuegos; pero me topé con un documento fílmico que construye una reflexión filosófica: la reflexión del intentar.

¿Por qué intentamos cosas? ¿Por qué nos atrevemos —o no— a arriesgarnos para conseguir un resultado que, muchas veces, ni siquiera sabemos si es realizable? Y estando ahí, ¿por qué insistimos? ¿para qué nos desvivimos en logar cosas?¿Qué estamos dispuestos a arriesgar por obtener un resultado que inquieta a nuestra mente y que mueve a nuestra voluntad?

Para muchos la respuesta es para amasar dinero, para hacer Historia, para ser recordados, para ser reconocidos, para tener honor. Todas ellas, respuestas válidas pero que, en lo personal, no me mueven. No me son suficientes. Me parecen altamente accidentales, tangenciales, variables. No dependen sólo de uno y sus esfuerzos.

¿Por qué cosa estaría yo dispuesto a romperme hasta el último hueso —metafórica o literalmente? Creo que sólo por una cosa: por expresarme, por serme, por vivirme, por experimentarme. Por conocer qué cosas puedo ser y qué no. Por afrontarme, por afrontar el mundo. La resiliencia del skater se la admiro a quienes la tienen, se las celebro a quienes la consiguen; pero para mí sólo vale cuando se convierte en expresión artística de la libertad personal que se es.

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