Según los críticos estadounidenses de televisión que han elogiado a How to with John Wilson, es complicado describir exactamente el peculiar estilo cómico y la espontánea genialidad documental que se dan cita en la serie de HBO Max.

En primer lugar, habría que explicar que el trabajo de John Wilson gravita dentro de la órbita de los trabajos de falso documental y TV realidad del productor de esta serie, Nathan Fielder —conocido, puntualmente, por una visión satírica del concepto mismo de los fenómenos producidos por la televisión y ávido explorador de los límites entre lo real y lo ficticio a través del uso de la cámara.

Con esto, en la serie de televisión podemos esperar y reconocer con claridad un talante satírico, irónico y curioso que busca documentar el Estados-Unidos-citadino-profundo. En específico, que se aproxima con una mirada cómica pero respetuosa y sin juicios de valor a personas, personajes, situaciones y lugares de la ciudad de Nueva York que podrían catalogarse, simple y llanamente, como raros.

Situado principalmente en la ciudad de la que su narrador es oriundo, How to with John Wilson (o, intentando hacer una traducción del título, “Cómo…con John Wilson”) sigue un formato de tutoriales en los que nuestro narrador y camarógrafo — a quien rara vez vemos en pantalla— nos propone ayudarnos a lidiar con una problemática o fenómeno común del día a día de las grandes ciudades —en específico de la Gran Manzana.

Así, sus capítulos tendrán títulos como “Cómo charlar”, “Cómo mejorar tu memoria”, “Cómo encontrar un lugar de estacionamiento”, “Cómo encontrar un baño público”, “Cómo ver deportes” y partirán de una situación concreta y común de la vida citadina desde la que Wilson se encargará de dirigirnos hacia rarezas de la vida en el Mundo Contemporáneo.

En los mejores de los casos, estos recorridos por la vida moderna desembocarán en reflexiones finales sobre comportamientos comunes y sus correlatos excéntricos que, en el fondo, sólo son expresiones de inquietudes elementalmente humanas y simples como la soledad, la búsqueda de aceptación, la sensación de seguridad, “lo que nos debemos unos a otros” como cohabitantes de una ciudad, el creciente fenómeno citadino de “los espacios públicos que tienden a privatizarse y las cosas privadas que tienden a convertirse en asuntos públicos”, entre otras.

Así, por ejemplo, en un episodio sobre la memoria, John Wilson partirá criticando su mala memoria; caminando por la ciudad se encontrará con un hombre que se dedica a estudiar el efecto Mandela —es decir, el fenómeno social que se genera cuando un grupo de personas comparten una falsa memoria sobre un asunto en específico; por ejemplo, el grupo de gente que asegura recordar que Nelson Mandela murió en prisión durante los años 80, lo cual es falso—; el hombre lo invitará a una convención de personas que aseguran que el efecto Mandela es una prueba de la existencia del multiverso pues, afirman, los falsos recuerdos son recuerdos de otras realidades; el episodio terminará con una reflexión sobre lo falible que es nuestra memoria.

Esta será la estructura recurrente de los episodios unitarios de la serie de televisión: se expone un asunto de la vida cotidiana en Nueva York, se exploran algunas de sus causas o realidades conjuntas y, poco a poco, se va abstrayendo el tema hasta llevarlo a un lugar insospechado que, finalmente, nos devuelve a nuestro punto de partida desde otra perspectiva.

Entre los personajes “raros” a los que da voz Wilson a través de sus documentales se encuentra un joven fiestero en las playas de Cancún, un ventrílocuo, un coleccionista y catador de comida para soldados de guerras antiguas —el hombre prueba, por ejemplo, una porción de carne con arroz de la Guerra de Vietnam; por supuesto, caduca—, el dueño de Bang —empresa de una bebida energética—, un grupo de estudio del idioma ficticio de la película Avatar de James Cameron, un hombre que quiere mudarse a un búnker junto a su familia, una comunidad de personas que aseguran ser alérgicas a las ondas electromagnéticas, un cultivador de calabazas que quiere crear la calabaza más grande del mundo, un hipercoleccionista de memorabilia de los Mets, una comunidad de coleccionistas de aspiradoras, el autor de una teoría de conspiración respecto al Titanic y una comunidad de personas que han invertido en la criopreservación —es decir, personas que han congelado a sus seres queridos difuntos y que esperan ser congelados cuando mueran  con la esperanza de ser revividos en el futuro.

A este respecto, lo más valioso de la visión de John Wilson es que, aunque la sátira y la comedia nunca dejan de ser parte de su narración y de sus objetivos, el punto de vista desde el que nos presenta a estas personas “excéntricas” es siempre respetuoso. Wilson los escucha, les permite compartir su visión e, incluso, se convierte a veces en el testigo de imágenes inverosímiles —hay, en un capítulo de How to with John Wilson, un activista anti-circuncisión que está dispuesto a mostrar sus métodos para “regenerar” el prepucio; esto incluye algunos desnudos del hombre.

Pero el peso de las imágenes en el trabajo de Wilson no sólo se encuentra en el morbo o la “rareza” de las mismas sino en una ardua labor por recolectar momentos cotidianos que el comediante se encarga de recontextualizar a través de su narración —normalmente con resultados cómicos.

Por ejemplo, para hablar de su condición física pone en pantalla una estatuilla de E.T. o un bote de basura; para hablar de señas en el beisbol usa un montaje de imágenes de personas haciendo señas diversas alrededor de la ciudad y en situaciones cualesquiera; para hablar de los difícil que es dividir la cuenta de una comida entre amigos usa las imágenes de un hombre angustioso que, simplemente, se encuentra comiendo en un restaurante.

De este modo, How to with John Wilson no sólo discurre en palabras o narración sino que discurre en imágenes. Materializa una perspectiva irónica y auténtica de la vida en la ciudad y envuelve en ingenio y sorpresa los sentimientos radicales que implica vivir en un lugar como Nueva York.

En palabras de John Wilson: “Nueva York nunca sabrá cuándo dejar de crecer […] porque, al final, la ciudad es un reflejo de quiénes somos nosotros y será siempre, al mismo tiempo, nuestra sanadora y nuestra opresora pero […] quizá tendremos suficiente tiempo aquí como para aprender un par de cosas”.

En suma, para explicar y elogiar How to with John Wilson, el concepto de docuserie queda corto; la definición de raro o morboso resulta insuficiente; los apelativos de ingenioso, gracioso y sorprendente se acercan pero no engloban todo lo que esta serie es.

Personalmente, he encontrado como la mejor descripción de esta serie una colección de documentales en los que el autor desarrolla sus ideas sobre la vida en la ciudad —en específico, en la ciudad de Nueva York— desde su carácter satírico y su minucioso estilo personal: How to with John Wilson es una serie de video-ensayos.

Video-ensayos que recogen excelentemente ese amor-odio característico de quien vive en una gran metrópoli donde todo parece complicado, hiperpoblado, abigarrado, pesado pero donde, a la vez, todo está a la mano, en condiciones privilegiadas, en comunicación constante —a veces, aún en contra del propio beneficio— y en oferta casi inagotable.

Video-ensayos que nos revelan que, a pesar de que creemos que las ciudades son la más alta expresión de la civilización, en el mundo contemporáneo, seguimos tratando de lidiar con inquietudes elementales y primitivas de nuestra humanidad sólo que de modos más elaborados pero, quizá, igualmente absurdos.

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